Billy Wilder: en el crepúsculo de un dios del cine
► El novelista Jonathan Coe ofrece un fresco sobre el último tramo de la vida del director y acerca de las dudas que le atormentaban
Jonathan Coe figura entre los más destacados miembros de una generación de narradores británicos que ha sabido combinar la sátira política con un conseguido melodramatismo argumental. A novelas como «El corazón de Inglaterra», suma ahora «El señor Wilder y yo», una ficción de reminiscencias cinematográficas que nos recuerda la dedicación ensayística del autor al séptimo arte, con biografías de Humphrey Bogart y James Stewart. Calista Frangopoulou, una madura compositora griega de bandas sonoras, residente en Londres, evoca desde el presente un verano de los años setenta en Los Ángeles, asistiendo a una cena en la que coincidiría con un veterano director de cine. Se trataba de Billy Wilder, quien la contratará como intérprete intérprete para «Fedora». En esta experiencia, Calista irá descubriendo un mundo marcado por la excelencia artística, el rigor profesional, la inteligente emotividad y el ocurrente humorismo. El cine clásico, tal como Wilder lo entendía, de elaborado guion y estudiada visualidad, empezaba a ser sustituido por la generación de Spielberg y Coppola. Ese trasvase de la tradición a la innovación provocará en Calista el replanteamiento de sus nociones estéticas, impresionada por la jocosa bonhomía y la magistral profesionalidad del responsable de películas como «El apartamento», que aparecen en estas páginas perfilando una trayectoria de variados registros genéricos.
Un cine armónico
Los entresijos de estos filmes, la importancia en ellos del guionista I. A. L. Diamond, la influencia de Lubistch y su «toque» de intencionadas repeticiones, conforman la base de un cine armónico, trasunto de la nueva vida que descubre la protagonista en esta ficción. Hacia el final, Calista reflexiona sobre «Fedora»: «Volví a ver la película esa noche y sentí una inmensa alegría por el hecho de que existiera. Una inefable sensación de agradecimiento hacia Billy». Esta obra, sin sesudas pretensiones, amable y desenfadada, es una gozosa lección de vida y arte, una fiesta literaria de inteligente sensibilidad.