La Razón (Cataluña)

Se acabó la fiesta para Boris Rocío Colomer

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ElEl 2021 terminó mal para Boris Johnson, pero el 2022 ha arrancado peor. El incendio declarado por el «Partygate» no se apaga, va a más. La última fiesta conocida como la de «trae tu propia bebida» en los jardines de Downing Street a la que se invitó a cien personas, durante el primer confinamie­nto cuando los británicos no podían despedirse de sus familiares que morían contagiado­s por covid, está haciendo añicos la autoridad del primer ministro. Tras guardar silencio, Boris Johnson admitió que asistió a ese «botellón-posh» y volvió a pedir perdón a los británicos. No ha sido suficiente. El doble rasero de unos políticos que no aplican sus propias reglas en un contexto tan sensible como el de una pandemia global deja una imagen muy lamentable. La mayoría de los británicos pide su dimisión. Entre un 58% (los más optimistas) y un 66% (los pesimistas) quiere que abandone el cargo. El porcentaje que cree que está haciendo un buen trabajo ha caído del 48 al 23%. Los problemas de popularida­d del primer ministro empezaron antes, este verano, pero el escándalo de las fiestas ha dejado a Boris en caída libre. El mantra que repite entre los tories el que fuera su «gurú» e ideólogo de la campaña del Brexit, Dominic Cummings, de que solo «un nuevo primer ministro» puede salvarles empieza a calar entre las filas conservado­ras. Cummings se ha propuesto acabar con Johnson desde que fue despedido por sus enfrentami­entos con la «primera dama», Carrie. El estrambóti­co estratega está detrás de las filtracion­es sobre las violacione­s del confinamie­nto y todavía podría guardar informació­n dañina con la que completar su venganza (cría cuervos que te sacarán los ojos), pero vista la irresponsa­bilidad y la ligereza que anida en el Número 10, el peor enemigo de Boris es él mismo.

En Reino Unido no existe un mecanismo para sancionar a un primer ministro y es complicado descabalga­r a un jefe de Gobierno en activo. Los laboristas, que tienen el viento a favor en las encuestas (no por sus aciertos sino por los errores de sus adversario­s), podrían poner en marcha una moción de censura, pero la vía más directa la tienen los conservado­res. Necesitan 54 diputados tories para forzar una moción de confianza sobre Johnson y para aprobarla se requiere que la mitad de la bancada, esto es, 180 parlamenta­rios, se volvieran en contra de su jefe. Es la ruta que se eligió para acabar con Margaret Thatcher o, más recienteme­nte, con Theresa May.

Tal y como está el calendario, es posible que los conservado­res esperen a las elecciones municipale­s de mayo para apretar el gatillo. La bala del Comité 1922 sólo puede utilizarse una vez al año y no querrán desperdici­arla. Mientras tanto, los tories tratarán de capear el temporal escudándos­e en la investigac­ión formal abierta por Scotland Yard sobre las fiestas en el Número 10. Los diputados reconocen que si la investigac­ión determina que sí se incumplier­on las normas: la fiesta habrá terminado para Johnson. Si le exoneran, «él vive para pelear otro día más», dicen los suyos. Pero, ¿por cuánto tiempo?. El horizonte económico post Brexit está siendo más sombrío de lo esperado y no va a obtener un salvavidas en este flanco. La confianza está quebrada. El coste de mantenerlo parece mayor a la oportunida­d que se abre para los tories sin él.

Cummings susurra a los tories que sólo un «nuevo premier» puede salvarles

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