La Razón (Cataluña)

España y sus héroes

- Luis Felipe Utrera-Molina Luis Felipe Utrera-Molina es abogado

1 0 de febrero de 1943, Krasni Bor, arrabales de Len in grado. Elcabo coruñés Antonio Ponte Anido (Toñín) de 22 años, tiene los ojos puestos en un T -34 soviético que dirige su torreta contra el hospital de campaña. Lleva una bala en el cuerpo y ha recibido la orden de replegarse, pero haciendo acopio de aire en sus pulmones, no lo duda; saca de su macuto una mina contra carro M-42, se levanta y corre hacia el blindado, le alcanza otro balazo que tampoco le detiene y consigue lanzar se bajo el T -34. Arrodillad­o,mina entre la oruga y la rueda detracción, introduce el detonador en el mango, tira del cordel y retrocede penosament­e, centímetro a centímetro, dejando en la nieve una huella de sangre oscura. Sabe que solo dispone de cinco segundos para ponerse a salvo, pero le falta el aire y no puede moverse con la velocidad precisa. Comprende que ya no podrá salvarse. Una llamarada deslumbran­te calla al T34 para siempre y el corazón del cabo de ingenieros Antonio Ponte Anido dejó de latir a las tres y cuarto de la tarde, sobre la estepa rusa, después de salvar la vida de muchos de sus compañeros.

La gesta de este joven soldado, como las de los soldados republican­os españoles de« la Nueve» compañía de la División de Lecrecquel­ib eró París delos nazis, la de los defensores del Alcázar de Toledo o Santa María de la Cabeza, o la del anarquista M el chorRodríg­uez quede gallardía y decisión las brutal es matanzas que tiñeron de rojo el otoño madrileño de 1936, deberían ser objeto de permanente tributo y homenaje en cualquier nación que se precie, por encima de colores, credos y banderías, porque cada uno de ellos era, por encima de todo, un español ejemplar.

Pero España es diferente. Aquí la izquierda lleva el cainismo en su adn y no busca la reconcilia­ción sino perpetuar el enfrentami­ento para deslegitim­ar y criminaliz­ar la disidencia. En mi primera conversaci­ón con el hoy ministro Bolaños a cuenta del propósito gubernamen­tal de exhumar los restos de Franco del Valle de los Caídos, le plantee como alternativ­a la posibilida­d de enterrar a ambos lados del presbiteri­o de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos a Manuel Azaña y al General Escobar. Ambos reunían las condicione­s exigidas en el Decreto de Fundación del Valle de los Caídos (español y bautizado), la Iglesia no pondría obstáculos y sería un gesto definitivo de reconcilia­ción que ha querido poner las que, junto con los caídos de uno y otro lado, reposaran también figuras emblemátic­as de ambos bandos contendien­tes. Ni siquiera me contestó. Era evidente que no existía ánimo alguno de reconcilia­r sino un propósito deliberado de humillar.

Siempre me he preguntado porqué la izquierda jamás ha ensalzado el heroísmo de ningún soldado republican­o que sirviese de contra peso a tantos héroes como fueron ensalzados por el franquismo. Es verdad que la República proclamó como héroes a los soldados de la 84 Brigada Mixta, que asaltó y conquistó Teruel, aunque después fusiló a 46 de ellos tras la caída. Pero me cuesta creer que no haya episodios de heroísmo singular merecedore­s de ser exaltados.

Lo cierto esquela izquierda nunca ha queridocol­ocar estatuas de« los suyos» para compensarl­as de« los otros », sino para sustituirl­as de raíz. Para eso, se ha valido de un eficacísim­o instrument­o legal, las leyes nacionales y autonómica­sde« memoria histórica », y de las siniestra s asociacion­es «memorialis­tas», regadas abundantem­ente con dinero de los impuestos de todos, que buscan borrar cualquier rastro de Ponte Anido, de Moscardó o de cualquiera que combatiese al comunismo para eliminar sus nombres de la memoria colectiva. Porque, como preconizab­a Gramsci, para ganar la batalla política, primero hay que ganar la batalla cultural, y en esa contienda resulta primordial sustituir la historia por el relato y deslegitim­ar para siempre al adversario. Máxime si el adversario te deja el campo libre con tal de librarse del sambenito de« fascista» con el que la izquierda distingue a sus adversario­s, sin darse cuenta que, de esta forma, no hace otra cosa que ayudar a cavar la fosa de su deslegitim­ación.

Pero todo esto no es nuevo. Si echamos la vista atrás, España, a diferencia de otras naciones, ha demostrado a lo largo de la historia una proverbial ingratitud con sus héroes de todos los tiempos, lo mismo el Cid que don Pelayo, Hernán Cortés, Guzmán el Bueno, el Cura merino o el Comandante Benítez. Ninguno se ha librado del oprobio de unos u otros y nada le gusta más al español que comprar las leyendas negras que inventaron nuestros enemigos. Mientras los británicos se enorgullec­en de un abyecto pirata como Francis Drake, nosotros nos dedicamos a desmitific­ar a nuestros héroes colgándole­s sambenitos, y a levantar estatuas a Martí, Rizal, Bolivar o al Che. Nuestro último héroe nacional, el joven Ignacio Echevarría, parece haberse librado por el momento de esta fiebre autodestru­ctiva, pero todo se andará, pues hay una inercia cainita empeñada en enfriar cualquier acontecimi­ento que permita a los españoles enorgullec­erse de serlo.

Ojalá llegue el día en que España rinda tributo permanente a todos sus héroes, honrando sus nombres y exaltando sus hazañas, sin mirar si eran liberal eso carlistas, bandoleros o afrancesad­os, nacional eso republican­os. Ojalá seamoscapa­ces los españoles de contemplar nuestro ayer sin la mirada miope de los sectarios, ponderando el contexto de cada hecho histórico y recogiendo con legítimo orgullo lo mucho que de gloria y hazaña nos ha forjado como una gran nación.

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