La Razón (Cataluña)

Las infamias que provocaron el hundimient­o del Costa Concordia

► El capitán Schettino fue condenado a 16 años de prisión tras el naufragio

- Antonio Añover.

Eran las 21:30 horas de un 13 de enero del año 2012. El Crucero «Costa Concordia», uno de los más grandes del mundo, llevaba a bordo 4.229 personas. De 290 metros de largo y 61 de alto, contaba con 1.500 camarotes, cinco restaurant­es y trece bares, así como discotecas, casinos y hasta un circuito de «running», entre otras comodidade­s. Navegando por las costas italianas, sucedía todas las cosas que podían ocurrir en un crucero. Excepto su trágico final. Un fuerte golpe sacudió la embarcació­n, hizo que se apagaran las luces y un gran estruendo generó segundos de incertidum­bre, cundió cundió el pánico y la mayoría no podía mantener la compostura. Y es que el barco se estaba inclinando, lo que provocó un naufragio que dejó 32 muertos y más de cien personas resultaron heridas.

Paradójica­mente, el suceso ocurrió cuando estaba a punto de cumplirse un siglo de la tragedia del «Titanic». En el caso del navío italiano, el capitán, Francesco Schettino, hizo que la embarcació­n pasara muy cerca de la Isla de Giglio, al suroeste de la región de Toscana, lo que provocó que el «Costa Concordia» chocara contra una gran piedra. La colisión con las rocas abrió una vía en el casco, lo suficiente­mente franca para que el agua provocara el peor de sus finales. La evacuación fue catastrófi­ca. En primer lugar, Schettino incumplió una norma muy importante: abandonar su propio barco antes que cientos de pasajeros. Incumplió varios delitos por el Código Penal italiano por los que después sería juzgado casi tres años después. En su defensa, llegó a decir que, debido a la inclinació­n del barco, cayó «accidental­mente» sobre uno de los botes en el momento en que era descendido. Nadie le creyó.

Se dijo que el «maitre» general del crucero había ido a hablar antes con el capitán para pedirle que el crucero se acercara a la costa de Isla de Giglio, modificand­o la ruta y desviando el barco de su curso original, porque era su tierra natal y quería que sus familiares y sus amigos de la infancia lo vieran, una especie de homenaje a sí mismo del cual Schettino no duraría en aceptar. También había llevado a bordo a su amante, una joven moldava que ni siquiera siquiera figuraba en la lista de pasajeros.

Por otra parte, en los botes salvavidas no había control ninguno. Casi el doble de personas de las indicadas se metían en cada barca por el miedo al hundimient­o. Otra de las cosas que más se recuerdan del episodio es la conversaci­ón de Schettino con Gregorio De Falco, el comandante de la Capitanía de Livorno, quien no comprendía por qué había abandonado el barco antes de tiempo mientras el capitán justificab­a que «el barco estaba inclinado y no se podía subir» y se excusaba de que estaba «coordinand­o el rescate desde una lancha, fuera de la embarcació­n».

De Falco se convertirí­a en el héroe de un rescate a contrarrel­oj, mientras Schettino fue condenado a 16 años de prisión en Rebbibia (Roma). Desde su celda, estudia Periodismo y Derecho. Antes de su condena, había publicado «Las Verdades Sumergidas», donde contaba su versión y que se convirtió en un «best seller» inmediato. En solo dos semanas había vendido más de 20.000 ejemplares. El «Costa Concordia» quedó en el lugar durante dos años y posteriorm­ente sería desguazado, mientras que la compañía propietari­a del buque sufrió importante­s pérdidas económicas.

Antes de entrar en la cárcel de Roma, Schettino escribió un «best seller» para contar su verdad

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AP Homenaje a los 32 fallecidos por el naufragio del crucero frente a la isla de Giglio

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