Un partido sólo para iniciados
► El duelo entre los atléticos, ausentes los dos mastodontes, no sedujo al aficionado
El antepenúltimo rey de Arabia Saudí y guardián de los Santos Lugares, Fahd bin Abdulaziz, fue uno de los grandes responsables de la explosión turística de la Costa del Sol. Veraneante en la Marbella de Jesús Gil hasta poco antes de su muerte en 2005 –lo sucedió su medio hermano Abdullah y a éste el actual monarca, Salmán–, se relataban fabulosas historias sobre las propinas de mil duros que dejaba su séquito por toda tienda o establecimiento hostelero donde posaba sus reales pies. Fue muy amigo de Juan Carlos I, si es que se puede seguir escribiendo tal cosa sin miedo a la muerte civil, y entre ambos facilitaron muchos buenos negocios de empresas españolas en Oriente Medio.
Fahd bautizó con su nombre el estadio donde se disputa esta segunda Supercopa saudí, que no es el mismo que acogió la primera, hace dos años, cuando el torneo se celebró el Jeddah. La instalación, instalación, con más de 65.000 asientos, se inauguró en 1987 para albergar el Mundial juvenil del 89, que coronó a la Portugal de Joao Pinto y Fernando Couto y en la que la España de, entre otros, Santi Cañizares o Albert Ferrer fue eliminada en la primera fase. Los portugueses le ganaron la final a Nigeria (2-0) ante un graderío repleto tras colgarse el cartel de «no hay billetes». Eran otros tiempos.
Un clásico entre el Barcelona y el Real Madrid es una cosa... y otra muy distinta un partido entre los dos atléticos, madrileño y bilbaíno, clubes de incuestionable solera, pero menos adecuados para la exportación. Pasa lo mismo con los caldos de Jerez: se venden miles de litros en Francia e Inglaterra de fino, amontillado u oloroso, pero es complicado colocar al norte de Despeñaperros el «palo cortao», esa exquisitez de sabor indescifrable y propiedades vagamente alucinógenas, como un pitillo de marihuana. Bueno, los sauditas –como musulmanes suníes de la más estricta ortodoxia– son abstemios por mandato coránico, pero se entiende el ejemplo. Un Atlético-Athletic Club es sólo apto para muy iniciados en fútbol español, no para espectadores globales.
Así, las gradas del estadio Rey Fahd presentaron un aspecto deplorable en la vibrante semifinal que los chicos de Marcelino García Toral –que defenderán el domingo en Riad el título conquistado en Sevilla, tan mora– le remontaron a la tropa del Cholo Simeone, cuartofinalista con Argentina en aquel Mundial sub’20 de 1989. ¿Cuántos espectadores había? Cinco, como mucho diez mil... y casi todos con entradas regaladas porque el fútbol español, mal que nos pese a todos y también a Javier Tebas, vende allende nuestras fronteras a través del escudo de sus dos mastodontes. Puro «mainstream».
El Rey Fahd, que da nombre al estadio de Riad, fue uno de los animadores de los veranos de Marbella
La semifinal fue como un «palo cortao»: con solera, pero no apta para el mercado extranjero