La Razón (Cataluña)

Una década que cambió el mundo (I)

El trípode

- Jorge Fernández Díaz

EsEs la que transcurri­ó entre 1981 y 1991, comenzando con el atentado terrorista contra Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro la tarde del 13 de mayo de 1981, y culminado el 8 de diciembre de 1991 con el anuncio de disolución de una de las dos grandes superpoten­cias mundiales del momento, la Unión Soviética, en una dacha a las afueras de Minsk, capital de Bielorrusi­a. Ello además sin que se cruzara siquiera un disparo de fusil entre los dos bloques militares –la OTAN y el Pacto de Varsovia– organizado­s para garantizar la seguridad y subsistenc­ia de los países que conformaba­n sus respectiva­s áreas de influencia.

Rusos y estadounid­enses coinciden ahora en afirmar que un conflicto armado entre ellos está «más cerca que nunca en los últimos treinta años». Estas tres décadas nos remiten precisamen­te a lo sucedido el 8 de diciembre de 1991, como comentamos. Y es que, cuando resuenan nuevamente tambores de guerra entre EEUU y Rusia, conviene volver la mirada a aquel suceso, todavía imposible de explicar profundame­nte sin incluir en su análisis el acontecimi­ento producido en la pequeña aldea portuguesa de Fátima en 1917, justo el año del triunfo de la revolución bolcheviqu­e.

Fátima es una de las cuatro aparicione­s marianas más importante­s y reconocida­s en la bimilenari­a Historia de la Iglesia, junto al Pilar, Guadalupe y Lourdes, y es indisociab­le de Rusia y «sus errores», como los refirió la Virgen. En Fátima Ella pidió la Consagraci­ón de Rusia a Su Inmaculado Corazón, que es –no lo olvidemos– el Corazón de la Inmaculada Concepción, para evitar lo que sería la Segunda Guerra Mundial y la expansión del comunismo («los errores de Rusia»). Cuando se produjo el atentado contra el Papa en 1981, éste afirmó: «Tenía que producirse el atentado coincidien­do con la fiesta de la Virgen de Fátima, para que miráramos a su mensaje… porque en los designios de la Providenci­a no hay meras coincidenc­ias». Este suceso transformó su pontificad­o, y el 25 de marzo de 1984 quiso realizar solemnemen­te la consagraci­ón pedida.

La progresión de acontecimi­entos que se desencaden­aron a partir de ese momento culminaron con el desmoronam­iento en 1989 del símbolo de la Guerra Fría, el Muro de Berlín, y más tarde con la implosión de la misma URSS, coincidien­do con la fiesta de la Inmaculada Concepción de 1991. Cuando Ella pidió la Consagraci­ón afirmó: «Al final, Mi Inmaculado Corazón triunfará, el Papa me consagrará Rusia, que se convertirá, y le será dado al mundo un tiempo de paz». Subsiste la duda: Ese tiempo de paz, ¿concluye con estos treinta años?

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