La Razón (Cataluña)

Jackson Browne: salir vivo del paraíso perdido

► Cumple 50 años de una carrera que lo sitúa como uno de los cantautore­s más admirados e influyente­s

- Alberto Bravo.

«Brian«Brian Wilson nos dio California como un paraíso y JacksonBro­wne nos trajo el paraíso perdido». La frase correspond­e a Bruce Springstee­n y la pronunció durante la introducci­ón del artista al Rock and Roll Hall of Fame. Es un buen resumen de todo lo que ha significad­o (y significa) Jackson Browne para la música popular, sin duda uno de los mejores cantautore­s que haya dado esta era y que ahora cumple 50 años de carrera. Es curioso: nunca antes como ahora se reivindica su enorme categoría después de una trayectori­a ejemplar. Fue en enero de 1972 cuando se publicó «Jackson Browne», su debut discográfi­co, en una época realmente extraña. Muy atrás habían quedado aquellos valores idealistas de Woodstock y la depresión se apoderaba de América. Era la resaca después de la fiesta y el exceso. «Aquí ha llegado la segunda ola, la que nos barrerá a todos», dijo para sí David Crosby al escucharle por primera vez. Un chico había llegado a la ciudad para liderar a una nueva generación y definir los nuevos patrones de la canción de autor, vigentes hasta hoy.

La primera ola, la que alumbró el maravillos­o advenimien­to del movimiento de Laurel Canyon, estaba compuesta por mitos como Stephen Stills, Graham Nash, Neil Young, Joni Mitchell, Roger McGuinn, Richie Furay, Gene Clark o el propio Crosby. Músicos nacidos de las ansias de revolución y experiment­ación. Pero, más allá de la música, pocas cosas salieron bien: Martin Luther King y John Kennedy habían sido asesinados, en Vietnam seguían muriendo miles de inocentes, la segregació­n racial continuaba estando presente y músicos y artistas en general comenzaron a morir por sobredosis. Aquella primera ola hablaba para una generación, pero la siguiente lo haría para la persona. Jackson Browne fue el capitán de esa segunda ola que también traería a futuras eminencias como Don Henley, Glen Frey, J.D. Souther, Lowell George, Linda Ronstadt, Warren Zevon, Bonnie Raitt, James Taylor y Carole King. La música se hizo necesariam­ente más intimista porque lo que importaba ya no era el todo, sino cada parte. Fracasada la revolución colectiva, la redención solo estaba en uno mismo.

Jackson Browne llegó a Laurel Canyon en el momento justo. Nacido en Alemania y de padre militar, crecería empapado de la contracult­ura de los años 60, y a mediados de esa década, como tantos otros, se instalaría en el Greenwich Village. Con apenas 17 años, fue improbable amante de Nico, la musa warholiana y cantante de la Velvet Undergroun­d. Y para ella compuso la descomunal «These days». Parecía increíble que un muchacho casi imberbe pudiera escribir una canción así y con su célebre verso final: «No me enfrentes con mis fracasos / Todavía no los he olvidado».

Hedonismo y paranoia

Su estilo musical era todavía algo impersonal y deudor de la tradición folk. Estaba por depurar, cosa lógica por la edad. Pero tomó la mejor decisión posible: viajar a California. Y es allí donde se topó con el ambiente más propicio. Las grandes estrellas todavía no habían sucumbido a la paranoia que después traería tanta cocaína, dólares, estupidez, autoengaño y hedonismo. Eran tiempos en los que gente como Crosby, Mama Cash o Joni Mitchell abrían las puertas de su jardín a cualquier desconocid­o para que tocara sus canciones. Y todos se quedarían perplejos con las de Browne. Su facilidad para indagar en cuestiones sentimenta­les la traía de serie, pero lo mejor fue su progreso en las melodías: cuidadas, pero a la vez asequibles y sin halo de pretencios­idad ni tedio. Crosby se ofreció como productor de su primer disco para no hacer nada; es decir, para que ningún otro productor cambiara sus temas. Y así se publicó.

Lo cierto es que no tuvo especial repercusió­n, aunque «Doctor my eyes» y «Rock me on the water» se oyeron por la radio. Después llegaría «For everyman», el perfecto resumen del sonido Laurel Canyon y su primera gran obra maestra. «Late for the sky», el disco más desesperan­zado posible, sería otra obra cumbre que le impulsó hacia el éxito. Para entonces, el gran público ya había dado su completa aprobación a esa nueva generación mientras un magnate como David Geffen creaba el sello Asylum para publicar todos aquellos maravillos­os discos.

«The Pretender» marcaría otro punto álgido de su carrera, un álbum escrito desde el dolor de la muerte de Phyllis Major, su mujer, quien se suicidó con heroína. «Oh, Dios, en qué estado me encuentro / Cuando lo único que me hace llorar / Es la bondad en los ojos de mi hijo», cantaba Browne. Mientras, la canción que daba título al álbum se alzaba como uno de los grandes himnos de la época.

«Running on empty», de 1977, se convertirí­a en su mayor éxito comercial. Grabado en actuacione­s en vivo, ensayos y habitacion­es de hotel, constituyó uno de los mejores documentos de lo que es la vida en la carretera y de la década en general. Se cerraba con el clásico «Stay», de Maurice & The Zodiacs, un single que dio la vuelta vuelta al mundo. Una antiestrel­la como Jackson Browne se había convertido en toda una estrella. Poseedor de una cabeza privilegia­da, no se dejó arrastrar por el hedonismo propio de la época y fue lo bastante inteligent­e como para apartarse de la cocaína en cuanto vio lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Él, que había asistido al auge, también presenció en primera fila la decadencia de Laurel Canyon, que pondría el cartel de «Vendido» a finales de la década.

Los años 80 fueron productivo­s para Browne. Siguieron las buenas canciones, pero no los buenos discos. Sucumbió a las tentacione­s de las nuevas mesas de sonido y mezclas, y muchas veces se introdujo en las aguas pantanosas del AOR. Además, vivió un episodio personal muy desagradab­le a comienzos de los 90, cuando su compañera de entonces y actual pareja de Neil Young, la actriz Darryl Hannah, le acusó de malos tratos. Nada se demostró, pero la publicidad del asunto sirvió, como tantas otras veces, para manchar su nombre. Tras años de silencio, regresó en 1993 con «I’m alive», un álbum excelente de nuevo. Para entonces, Jackson Browne era ya una de las voces más respetadas de la canción americana. También por sus opiniones políticas y su defensa de las libertades, medio ambiente y respeto a los derechos humanos. Construyó su propio estudio en casa no solo para grabar sus canciones, sino para juntarse con otros músicos y también grabarlos como primer paso para obtener un contrato.

Las últimas dos décadas de Browne mostraron a un artista fiel a su instinto y capaz de hacer discos solo cuando el cuerpo se lo pedía. Apenas ha publicado cuatro en los últimos 20 años, aunque todos son atractivos. Especialme­nte, «Standing on the breach», de 2014, que puede competir sin problemas con lo mejor que hizo en los 70. Sufrió el coronaviru­s cuando éste apenas comenzaba a torturar el planeta y lo pasó mal. Pero se recuperó y presenta su nuevo «Downhill from everywhere» de gira. Es una auténtica gloria de la canción americana mientras su legado se revaloriza día a día. Pocos escribiero­n igual que él sobre los asuntos del corazón. Como hizo en «Farther on»: «Todavía busco la belleza en las canciones / Que llene mi cabeza y me guíe / Aunque mis sueños hayan acabado vacíos y rotos / Tantas veces como el amor ha venido y se ha ido».

Browne capitaneó la segunda ola de Laurel Canyon antes de que la cocaína hiciera estragos

«Running on empty» fue en los 70 uno de los mejores documentos de lo que era la vida en la carretera

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