El arma invencible de los Austrias
ParaPara garantizar la cohesión de todos los dominios que componían la Monarquía Hispánica, encarnada en la dinastía de los Austrias, y defenderlos ante sus numerosos enemigos, se hizo necesario contar con unas fuerzas armadas de un tamaño, estructura, potencia de fuego y capacidad de despliegue como nunca antes se habían conocido en la historia bélica. Los Tercios fueron la contundente respuesta militar a estas necesidades estratégicas al constituir una temible fuerza de combate que en el momento de su aparición y durante décadas posteriores no tuvo rival. Herederos de la tradición militar adquirida durante la Reconquista, Los Tercios impusieron su hegemonía sobre los campos campos de batalla europeos durante los siglos XVI y XVII. En todo ese tiempo protagonizaron batallas épicas y hazañas heroicas, escribiendo algunas de las páginas más gloriosas, y también más oscuras, de la Historia de España.
Cada Tercio estaba compuesto por una docena de compañías de unos doscientos hombres cada una. Eso era en teoría, porque en la práctica apenas superaban el centenar de soldados, como ocurría en Flandes. Al frente de una compañía había un capitán, casi siempre un veterano con amplia experiencia en combate. El maestre de campo era el oficial de mayor rango y ejercía su autoridad sobre los capitanes de las compañías que formaban el Tercio. Para desempeñar su labor el maestre de campo contaba con la ayuda de un sargento mayor responsable de transmitir las órdenes que garantizaran un eficaz despliegue.
La composición de cada Tercio podía variar, pero lo habitual es que tuvieran diez compañías de piqueros y dos de arcabuceros en una combinación letalmente eficaz. La imagen más extendida de estas unidades las presentaba marchando en cuadros erizados de picas que se movían con gran precisión sobre el campo de batalla. Su capacidad de combate se basaba en el diestro manejo de las armas blancas, pero con el paso del tiempo la mayor precisión de las armas de fuego redujo su importancia.
Al contrario que otros ejércitos de la época, nutridos por levas forzosas o mercenarios que se vendían al mejor postor, Los Tercios estaban compuestos por tropas profesionales originarias de las diferentes nacionalidades que componían el Imperio español y sus aliados. Bajo sus banderas tenían cabida una variopinta galería de personajes, desde segundones de familias nobles hasta fugitivos de la justicia, sin olvidar universitarios que habían abandonado sus estudios en busca de aventuras o campesinos empobrecidos. Los únicos requisitos que se exigían a los nuevos soldados eran no estar enfermos ni lisiados; los considerados ancianos o demasiado jóvenes tampoco eran admitidos. Sin embargo, los capitanes de las compañías encargados del reclutamiento hacían la vista gorda cuando andaban escasos de efectivos.
Forjados en una gesta bélica que no tuvo comparación en su época y dotados de una gran autonomía y movilidad táctica, Los Tercios sentaron las bases de los ejércitos modernos.
«Los Tercios estaban compuestos por tropas profesionales de diferentes nacionalidades»