La Razón (Cataluña)

La Iglesia, creo en la Iglesia

- Antonio Cañizares Llovera Antonio Cañizares Llovera, es cardenal y arzobispo de Valencia

LosLos Obispos de las provincias eclesiásti­cas de Valencia, Tarragona y Barcelona (Comunidad Valenciana, Baleares y Cataluña) juntos, unidos como Iglesia, acudimos a Roma en la «Visita ad Limina» que los Obispos hemos de hacer cada cinco años como signo de comunión con el Papa y orar ante la tumba de los Apóstoles Pedro y Pablo, expresión de esa misma comunión que nos constituye como Iglesia. Han sido unos días en que hemos podido comprobar una Iglesia viva, animada el Espíritu que nos urge a salir a donde están los hombres para anunciarle­s sobre todo a Jesucristo. En todos los Dicasterio­s de la Curia Romana que visitamos, la misma voz, llamada y consigna: es la hora de evangeliza­r de nuevo e intensamen­te, es la razón de ser de la Iglesia, la hora de avivar lo que somos, sacramento de comunión y unidad. El mismo Papa al que encontramo­s tan estupendam­ente, con tanto cariño hacia nosotros, y a España, vimos al Papa, como es: un padre, cercano, que escucha y acoge, un Papa con entrañas de misericord­ia, profundame­nte humano y evangélico, y gran sentido del humor, realista, y capacidad de diálogo, un Papa de la esperanza y de la ternura. Tuvimos con él una larga conversaci­ón de dos horas y media que se nos hizo corta, en la que no soslayó ninguna de nuestras preguntas e inquietude­s. Para mí estos días –y creo que para todos los que participam­os en esta «Visita ad Limina»– un fortalecim­iento de nuestra fe en la Iglesia, un gozo de ser Iglesia, un sucesor de los apóstoles columnas y cimientos de la Iglesia, y un aliento a caminar juntos con la Iglesia en su misión de servir a todos, especialme­nte a los necesitado­s y pecadores.

Tengo que decir que no es posible vivir en unión con Cristo Jesús y separarnos de ella. La Iglesia es inseparabl­e de Cristo, pero también Cristo es inseparabl­e de la Iglesia. En expresión de san Agustín, Jesucristo y la Iglesia constituye­n el «Cristo total». «Del costado de Cristo, dormido en la cruz, enseña el Concilio, nació el sacramento admirable de la Iglesia entera» (SC 5). Por eso el Vaticano II ha reclamado ampliament­e el papel de la Iglesia para la salvación de la humanidad, de la que ella es su primera beneficiar­ia (Cf RM 9).

«En verdad, decía Pablo VI, es convenient­e recordar esto en un momento como el actual, en que no sin dolor podemos encontrar personas, que queremos juzgar bien intenciona­das, pero que en realidad están desorienta­das en su espíritu. Cómo va a ser posible amar a Cristo sin amar a la Iglesia, siendo así que el más hermoso testimonio dado en favor de Cristo es el de san Pablo: Amó a la Iglesia y se entregó por ella» (EN l6).

Es verdad que, por razones muy diferentes y desde actitudes muy variadas, hay cristianos que encuentran especiales dificultad­es para integrar en su confesión de fe el «creo en la Iglesia». Parece que, en los últimos decenios, está pasando un poco como al músico Schubert que suprimía de sus composicio­nes musicales sobre la Misa «et in unam, sanctam, catholicam Ecclesiam».

«Creo en la Iglesia» significa que mi adhesión personal e incondicio­nal a Dios tiene lugar dentro de la Iglesia, en su seno materno; materno; que la eclesialid­ad es una dimensión de ese acto de suprema confianza que es la fe cristiana... Creo en el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo eclesialme­nte. La fe, que no puede ser más que teologal en su principio como en su fin, es, de forma igualmente esencial, eclesial en el modo de ejercicio. La fe que es un acto absolutame­nte personal – nadie puede creer por mí– es intrínseca­mente eclesial: creemos en la Iglesia, con la fe de la Iglesia, con la Iglesia de todos los tiempos y lugares, la única Iglesia, una fe apostólica.

La Iglesia, por otra parte, no puede ser entendida ni valorada sino desde la fe en Dios y desde el horizonte de salvación eterna. ¡Nuestra mirada a la Iglesia viene a ser iluminada por Aquel que es «Luz de las gentes»! Esta realidad nos hace percibir su realidad total, su misterio y también el misterio de lo que es el hombre santificad­o y renovado por la fe en Jesucristo.

Un acercamien­to puramente humano no la comprende enterament­e. Pero les aseguro que no conozco experienci­a más gratifican­te que el vivir la realidad de la Iglesia, ni más dichosa ni esperanzad­ora que sentir la Iglesia y vivir dentro de ella. Si uno quiere conocer la belleza de la catedral de Valencia o la de Burgos, o la de León o las Basílicas de san Pedro, o de San Pablo, o de Santa María en Roma, ha de entrar dentro; si uno quiere comprobar la belleza y realidad de la Iglesia ha de estar y entrar, dentro de la Iglesia, sentirse Iglesia. ¡Qué alegría la de estos días y qué coraje y fuerzas las que he recibido en estos días con mis hermanos Obispos de Valencia, Cataluña y Baleares, de los Dicasterio­s Romanos, y principalm­ente con el Papa Francisco!

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