Un americano en la corte de Felipe IV
JonathanJonathan Brown encontró al maestro a finales de los 50. Frisaba dieciocho años y gastaba ya la estilizada estatura que mantendría después, pero ni la dictadura de esos años ni el grisáceo ambiente que pesaba sobre la sociedad española supusieron un impedimento para que el norteamericano quedase arrobado ante la talla de un pintor al que dedicaría tanto tiempo, reflexión, libros y estudios. Una vocación que mantuvo hasta ayer, cuando moría a los 82 años. Comenzó a hombrearse con Velázquez, que siempre permaneció en su memoria velado por una sombra de misterio, y el arte español desde muy temprano, como apunta Javier Portús, jefe de Conservación de Pintura Española hasta 1800 del Museo del Prado. «Nos enseñó a conocer a Velázquez mostrándolo directamente, pero también estudiando el contexto en el que trabajó, a través del coleccionismo cortesano, la decoración de los sitios reales o las ideas estéticas de su suegro, Francisco Pacheco. Todo esto nos ha ayudado».
Consideraba la sala XII el corazón de la pinacoteca española, uno de los grandes santuarios de la pintura y el lugar donde se exhibía uno de sus cuadros favoritos: «Las Meninas» (a las que habría que sumar «Las hilanderas» y esos dos paisajes, pequeños pero a la vez gigantes, que son las vistas de la Villa Médici). «El Salón de Reinos era una reivindicación antigua, de comienzos del siglo XX, pero él fue fundamental a la hora de justificar y devolver el uso a ese espacio. Escribió un ensayo donde no solo se reconstruye reconstruye y analiza con minuciosidad dicho espacio y el palacio al que pertenecía, sino que revela que había una imbricación íntima entre el arte y la corte de Felipe IV. Prueba de forma palmaria, en el caso del Salón de Reinos, la relación directa e intransferible que existía entre determinadas obras y los muros para los que se pintaron. Existiendo las piezas, porque se conservan todas menos una, y permaneciendo hoy en día ese lugar, la consecuencia lógica era intentar devolver los cuadros a él y llenar de significado esa sala, porque, sin esos cuadros, carecería de él. Ese fue un empeño que tuvo en seguida, desde que se hizo consciente. A la vez, nos hizo conscientes a todos de esa relación, que no afecta sólo a Velázquez, sino a muchos artistas importantes de la corte y alguno que no estaba, como Zurbarán».
Javier Portús describe a Brown como una persona de «trato cordial, extraordinariamente educada, por el que te sentías escuchado y guiado, y que siempre te alentaba». Y resalta, entre las abundantes contribuciones que ha hecho, su papel para difundir la importancia del arte español más allá de nuestras fronteras: «Ha ayudado a que la pintura española trascendiera el marco local. Vivía en EE.UU., escribía en inglés y publicaba en editoriales anglosajonas, que son las portavoces de la historia del arte. Esta circunstancia ha contribuido a que el arte y el coleccionismo español del siglo Oro fuera mejor conocido no solo en España sino también en el contexto europeo. Situó nuestro arte en un marco nacional y también internacional al defender que forma parte de la historia española, pero también de la historia de Europa», añade.