La Razón (Cataluña)

El zafio bufón de Boris Johnson

«Esa superiorid­ad clasista es la que le ha hecho pensar que estaba por encima de cualquier norma»

- Francisco Marhuenda

ElEl primer ministro británico, Boris Johnson, convirtió su carácter pintoresco y estrafalar­io en su mejor baza política. Un personaje tan excéntrico no hubiera tenido éxito en España, pero una parte de la sociedad británica asumió ese comportami­ento propio de un bufón como un valor positivo. Esto no significa que sea un necio o que le falte preparació­n. Es todo lo contrario. Ha convertido sus gestos, la forma desarregla­da de vestir, el cabello revuelto y las bromas en su seña de identidad para acercarse al electorado más popular. He de reconocer que no empatizo con esa forma de actuar. Gran Bretaña es una gran nación capaz de contar con figuras sublimes, pero también con individuos estrafalar­ios como el bufón de Downing Street. En una sociedad tan elitista, Johnson no desentonab­a, en contra de lo que se piensa en España, hasta que al final se ha consumido en la hoguera de su vanidad. Es un producto de las clases altas, formado en Eton y Oxford, que hace gestos para parecer uno más cuando tiene muy claro cuál es su posición social. Esa arrogancia infinita, propia de la aristocrac­ia y la alta burguesía británica explica los errores que ha cometido.

Esa superiorid­ad clasista es la que le ha hecho pensar que estaba por encima de cualquier norma como le sucedió al príncipe Andrés. Hay una elite que sigue imbuida en el espíritu imperial. Gran Bretaña vivió una lenta decadencia en el siglo XX. Sus dirigentes estuvieron convencido­s durante las dos guerras mundiales de que el Imperio perduraría, pero su papel en las conferenci­as aliadas puso de manifiesto que ya no era una gran potencia, sino un apéndice de Estados Unidos. Desde entonces ha tenido aciertos, pero grandes errores como se ha comprobado en su relación con el proyecto europeo tras la conclusión del conflicto bélico. Johnson ha dilapidado caprichosa­mente su capital político convirtién­dose en un bufón y actuando como un pequeño déspota. Le ha faltado altura política y se ha transforma­do en alguien grotesco. La penosa imagen paseando a su perro, con un atuendo que no podía ser más zafio y vulgar. Es un excelente epílogo para un hombre que lo tuvo todo, pero eligió convertirs­e en la caricatura de un primer ministro.

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