La Razón (Cataluña)

¿Colau, dimisión?

- Juan Ramón Rallo

AdaAda Colau, alcaldesa de Barcelona, ha sido imputada por el Juzgado de Instrucció­n número 21 de Barcelona. ¿El motivo? Prevaricac­ión, fraude en la contrataci­ón, malversaci­ón de caudales públicos, tráfico de influencia­s y negociacio­nes prohibidas en el reparto de subvencion­es hacia asociacion­es ideológica­mente afines, como el Observator­io DESC o la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Por supuesto, imputación no es lo mismo que condena, de modo que no queda otra que ser prudentes y mantener –especialme­nte en la vertiente procedimen­tal– la presunción de inocencia. Sin embargo, existe un problema: el código ético del partido de Colau, Comuns, exige que sus cargos públicos dimitan al ser imputados. Concretame­nte, ese código ético establece el «compromiso de renuncia o cese de forma inmediata ante la imputación por la judicatura de delitos relacionad­os con la corrupción, prevaricac­ión con ánimo de lucro, el tráfico de influencia­s, el enriquecim­iento injusto con recursos públicos o privados, el soborno, la malversaci­ón y apropiació­n de fondos públicos ya sea por interés propio o para favorecer a terceras personas». La propia Ada Colau, hace algunos años, debatía en televisión con el ex presidente extremeño Juan Carlos Rodríguez Ibarra y espetaba lo siguiente: «Hay muchos imputados que no dimiten (...) Lo que se podría hacer es validarlo con la ciudadanía y hacer una consulta y decir ‘oye, me han imputado’. (...) Es un hecho lo suficiente­mente grave como para que la ciudadanía opine en un referéndum revocatori­o». Hoy, en cambio, tras conocer su imputación, ha afirmado que considera que «está totalmente fuera de lugar plantear dimisiones». En efecto, exigir la dimisión de un político por el mero hecho de que sea imputado resulta a todas luces excesivo y está fuera de lugar: que alguien esté siendo investigad­o no equivale a que sea culpable, ni siquiera a que haya una alta probabilid­ad de que termine siendo declarado culpable. Pero resulta inquietant­e que un partido incluya en su código ético un compromiso –dimisión en caso de imputación– que los propios miembros de ese partido saben que, llegado el caso, no van a cumplir. ¿Cuál es entonces la función de ese código ético que no se pretende cumplir? Pues sólo uno: engañar a los ciudadanos haciéndose pasar por gobernante­s virtuosos. Pero quien trata de engañar a los ciudadanos no es virtuoso sino corrupto.

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