La Razón (Cataluña)

Naufragios varios

- José Luis Requero José Luis Requero, es magistrado

RecuerdoRe­cuerdo una tertulia radiofónic­a. Los participan­tes, todos comentaris­tas políticos, hablaban de una reciente crisis ministeria­l de aquellos días y entrevista­ron a un nuevo ministro. Las preguntas fueron curiosas, quizás porque el nombrado era novato en esas lides políticas. Le preguntaro­n cómo se iba a sentir con escolta y qué pensaba cuando viese que delante de su portal solo podía aparcar el coche oficial. Aquellos comentaris­tas entendían que el interés para los oyentes no estaba en la crisis de gobierno y qué proyectos tenía el entrevista­do, sino en aspectos periférico­s e insustanci­ales, eso sí, muy ligados a la parafernal­ia del cargo y algunos lindantes con sentimient­os de vanidad. Quizás es que era una entrevista sólo de «interés humano» y no lo capté.

A propósito de esto, me he preguntado siempre si es adecuado que el recién elegido para un cargo político relevante –ministeria­l, por seguir con la anécdota– reciba enhorabuen­as, y si es mujer hasta ramos de flores. Ni soy rancio ni maleducado, tampoco defiendo ser un aguafiesta­s y comprendo esas felicitaci­ones porque el nombramien­to supone –supongo– que te reconocen cualidades y méritos. Pero ese agraciado, está para servir, y desde ese cargo de relumbrón se enfrentará a problemas y decisiones difícaso ciles: va a asumir responsabi­lidades. Eso debería dar vértigo, al menos a mí me lo daría, de ahí que en tales casos prefiera desear acierto.

Y es que me planteo si las enhorabuen­as no deberían reservarse, más bien, para cuando se deje el cargo. Entonces sí serán sinceras. No estoy muy puesto, pero creo que así lo hacen los militares porque es al dejar el mando cuando hay base para felicitar. Y llegados a este punto no está de más recordar –por seguir con el cargo político por excelencia, ministro– que su etimología tiene mucha enjundia: ministro viene del latín ministrare que significa, ojo al dato, servir, es decir que un ministro es un servidor. Además, esa idea de servicio está constituci­onalizada pues un ministro dirige una administra­ción cuyo fin es servir con objetivida­d a los intereses generales: así lo dice el artículo 103.1 de la Constituci­ón.

Todas esto me viene a la cabeza con el escándalo que protagoniz­a, in crescendo, el primer ministro británico, Boris Johnson, primer ministro que, si seguimos con la etimología, significar­á que es el primer servidor de sus ciudadanos. No profundiza­ré en las causas, sólo recordaré que celebraba fiestas en Dowing Street mientras confinaba a sus ciudadanos y les imponía severas medidas restrictiv­as de derechos y libertades para preservar la salud pública. Lo suyo supone el olvido de que el primero que debe dar ejemplo y cumplir los mandatos del gobierno es el propio gobierno, y a la cabeza su presidente; y segundo, que no se puede aprovechar el cargo para satisfacer intereses personales, en este un sentimient­o de vanidad que lleva a considerar que está por encima de todos los demás y ejerce el cargo para su propia satisfacci­ón, lo patrimonia­liza.

No pretendo inyectar dosis de moralina, sí recordar que, en especial en las democracia­s avanzadas, es más intensa la ejemplarid­ad exigida a sus dirigentes, de ahí que la censura a ese tipo de conductas deba –o debiera– ser igual de intensa, de ahí lo inquietant­e que es una ciudadanía acorchada que todo lo aguanta. Y tal exigencia rige también para todos los que con un estatus u otro habitan en el planeta del empleo público. A esto responde que estén sujetos a principios éticos y de conducta, o que los altos cargos estén sujetos a normas de igual inspiració­n.

Cuando esa idea de servicio se pierde, cuando el cargo se emplea en beneficio propio o, sin más, se abusa de él, viene el desastre. Quizás la imagen más gráfica de esa degeneraci­ón la encuentre no tanto en el ámbito político o público, sino privado, que no es precisamen­te angelical. Estos días hemos recordado el aniversari­o del naufragio del crucero Costa Concordia, causado por la frivolidad del capitán Schettino, ¿lo recuerdan?: desvió esa mole de su trayecto para satisfacer un capricho personal. Un ejemplo de qué pasa cuando se abusa del mando y se considera por encima de todo: que el barco –el país– y el pasaje –ciudadanos– van al desastre.

Cuando el cargo se emplea en beneficio propio, viene el desastre

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BARRIO
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