«La guerra de las Galias»: así nació la propaganda política
► Julio César redactó esta obra para dar testimonio de sus éxitos militares, adquirir popularidad y ganarse de manera plena el respaldo del pueblo
Julio César amontona más leyendas que un bosque encantado. Está la leyenda del tirano, la de su asesinato a los pies de la escultura dedicada a Pompeyo –uno de sus mayores adversarios políticos– y ejecutada, entre otros, a manos de Bruto, su hijo adoptivo, y la leyenda eterna de su amor con Cleopatra, reina de Egipto, que ha dado para montajes teatrales, escribir documentales, estrenar series de diferente pelaje y rodar películas inolvidables (como la que protagonizaron Elizabeth Taylor y Richard Burton: los dos se conocieron en ese filme y ambos lo celebraron, nunca mejor dicho, a la romana, o sea, con bebidas y ágapes interminables).
César es un personaje ambiguo que se mueve entre la admiración y el vituperio, la devoción y la reprobación, entre aquellos que lo ensalzan por su visión política y los que tachan su comportamiento como propio de tiranos, déspotas y ególatras. Su figura nunca deja indiferente, pero, incluso aquellos que disienten de su moral y de su comportamiento, claudican ante todo lo que alcanzó. De hecho, pocas biografías han dado para tanto. Él fue, con toda probabilidad, uno de los primeros populistas. Un hombre que conocía cómo pensaba la plebe y cómo había que actuar para ganarse su aprobación, fidelidad y respaldo, esencial para sobrevivir en Roma. Pero no dejó, por eso, de asistir a la gente o atender sus necesidades, que, por algo se aseguró de la puntual llegada de cereal para asegurar el pan y que no hubiera hambrunas en las calles.
Su espíritu, maquiavélico antes de Maquiavelo, supo entender la importancia de crearse una figura propia. A ese fin dedicó la acuñación de monedas con su retrato (fue el primero en hacerlo y desde entonces lo han imitado políticos, autócratas y dictadores de todas las castas y corrientes ideológicas) y entendió lo útil que es para un gobernante, o alguien que aspira a asentarse en el poder, lanzar mensajes cortos y claros («Alea iacta est»), lo que hoy es imprescindible en cualquier campaña y disponer de un rostro reconocible para todos. Y con ese propósito ordenó que se reprodujera su efigie en multitud de estatuas y bustos a lo largo de las fronteras romanas. Sin duda, César fue un verdadero arquitecto de su propia imagen social.
Algo más que una conquista
Uno de los capítulos más significativos y relevantes de su vida fue la conquista de los pueblos galos. Episodio que le brindó la gloria y con el que se vengaba de la batalla de Alia, en el 390. a. C., donde los galos derrotaron primero a los romanos y posteriormente saquearon Roma. César, por autopromoción política, invadió la Galia y destruyó a todos los ejércitos con los que se cruzó, llegando a pasar a cuchillo a pueblos enteros. Pero, aparte de militar, era político. Con este propósito redactó uno de los libros de propaganda más exitoso de todos los tiempos: «Comentaros a la guerra de las Galias». Lo escribió en tercera persona, en plan modestia, y estaba destinado a que sus episodios se leyeran en las plazas de Roma. Nada le gusta más a la gente que escuchar sus hazañas. Aquellos que se las dan son elevados a la gloria.