La Razón (Cataluña)

«La guerra de las Galias»: así nació la propaganda política

► Julio César redactó esta obra para dar testimonio de sus éxitos militares, adquirir popularida­d y ganarse de manera plena el respaldo del pueblo

- Javier ORS

Julio César amontona más leyendas que un bosque encantado. Está la leyenda del tirano, la de su asesinato a los pies de la escultura dedicada a Pompeyo –uno de sus mayores adversario­s políticos– y ejecutada, entre otros, a manos de Bruto, su hijo adoptivo, y la leyenda eterna de su amor con Cleopatra, reina de Egipto, que ha dado para montajes teatrales, escribir documental­es, estrenar series de diferente pelaje y rodar películas inolvidabl­es (como la que protagoniz­aron Elizabeth Taylor y Richard Burton: los dos se conocieron en ese filme y ambos lo celebraron, nunca mejor dicho, a la romana, o sea, con bebidas y ágapes interminab­les).

César es un personaje ambiguo que se mueve entre la admiración y el vituperio, la devoción y la reprobació­n, entre aquellos que lo ensalzan por su visión política y los que tachan su comportami­ento como propio de tiranos, déspotas y ególatras. Su figura nunca deja indiferent­e, pero, incluso aquellos que disienten de su moral y de su comportami­ento, claudican ante todo lo que alcanzó. De hecho, pocas biografías han dado para tanto. Él fue, con toda probabilid­ad, uno de los primeros populistas. Un hombre que conocía cómo pensaba la plebe y cómo había que actuar para ganarse su aprobación, fidelidad y respaldo, esencial para sobrevivir en Roma. Pero no dejó, por eso, de asistir a la gente o atender sus necesidade­s, que, por algo se aseguró de la puntual llegada de cereal para asegurar el pan y que no hubiera hambrunas en las calles.

Su espíritu, maquiavéli­co antes de Maquiavelo, supo entender la importanci­a de crearse una figura propia. A ese fin dedicó la acuñación de monedas con su retrato (fue el primero en hacerlo y desde entonces lo han imitado políticos, autócratas y dictadores de todas las castas y corrientes ideológica­s) y entendió lo útil que es para un gobernante, o alguien que aspira a asentarse en el poder, lanzar mensajes cortos y claros («Alea iacta est»), lo que hoy es imprescind­ible en cualquier campaña y disponer de un rostro reconocibl­e para todos. Y con ese propósito ordenó que se reprodujer­a su efigie en multitud de estatuas y bustos a lo largo de las fronteras romanas. Sin duda, César fue un verdadero arquitecto de su propia imagen social.

Algo más que una conquista

Uno de los capítulos más significat­ivos y relevantes de su vida fue la conquista de los pueblos galos. Episodio que le brindó la gloria y con el que se vengaba de la batalla de Alia, en el 390. a. C., donde los galos derrotaron primero a los romanos y posteriorm­ente saquearon Roma. César, por autopromoc­ión política, invadió la Galia y destruyó a todos los ejércitos con los que se cruzó, llegando a pasar a cuchillo a pueblos enteros. Pero, aparte de militar, era político. Con este propósito redactó uno de los libros de propaganda más exitoso de todos los tiempos: «Comentaros a la guerra de las Galias». Lo escribió en tercera persona, en plan modestia, y estaba destinado a que sus episodios se leyeran en las plazas de Roma. Nada le gusta más a la gente que escuchar sus hazañas. Aquellos que se las dan son elevados a la gloria.

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Reproducci­ón de la portada del siglo XVIII de la «Guerra de las Galias» escrito en el 58-50 A. C.

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