La Razón (Cataluña)

Ya no sobra Defensa

Opinión

- Jorge Vilches

LaLa madurez es ese momento en la vida en el que la impertinen­te realidad te parte la cara. Recuerdo cuando un novato Pedro Sánchez, postulante entonces a ser conocido, dijo: «Sobra el ministerio de Defensa». Era el año 2014. Las declaracio­nes de Sánchez eran extrañas para una personaque­habíaestad­oenBosnia en 1995. Fue con Carlos Westendorf, Alto Representa­nte de la ONU, a negociar con criminales de guerra. El objetivo era garantizar­laaplicaci­óndelosAcu­erdos de paz de Dayton. Aquella guerra costó 250.000 muertos y 3 millones de desplazado­s. El territorio estaba tomado por la OTAN. En la operación participó España con 1.300 soldados.

Sánchez aprendió entonces que sin un Ejército potente es imposible sentarse en una mesa a imponer la paz. Pero hacer oposición y ganarse el voto de la izquierda exige en muchas ocasiones hacer demagogia, que es el arte de mentir apelando a las emociones. Lo desveló Carmen Calvoconla­facundiaqu­egastaba entonces, cuando dijo que Sánchez era una persona en la oposición y otra en la Presidenci­a.

Todo cambia en el Gobierno. El dirigente se da cuenta de que la demagogia se compadece muy mal con la estructura económica, política y cultural que define las relaciones internacio­nales. La neutralida­d es tan falsa como imposible cuando se llevan décadas de colaboraci­ón institucio­nal con potencias europeas y americanas.Españaform­apartedeun­a comunidad con intereses comunes, y eso no se puede romper cuando hay una amenaza, como es el caso de Rusia. Lo hizo Zapateroco­nlaguerrad­eIrakytoda­vía lo estamos pagando: nuestro país dejó de ser un socio fiable.

El precio lo pagó Sánchez con el desplante de Biden. Aquella ridícula persecució­n por un pasillo para hablar con el presidente de EE UU fue una humillació­n.

El norteameri­cano no perdonaba a un PSOE cuyo secretario general, entonces Zapatero, insultó a la bandera y al Ejército de EE UU, y rompió un acuerdo para cumplir con su demagogia electoral del «No a la guerra». Biden tiene memoria y mostró su desprecio.

Desde entonces Sánchez intenta conseguir el perdón. Ha ofrecido a nuestro país para albergarla­cumbredela­OTANen2022, y que coincida con el 40º aniversari­o del ingreso en la organizaci­ón, en mayo de 1982. Por otro lado, Margarita Robles, la sensata del Ejecutivo, ha dado la cara para anunciar el envío de tropas a la frontera prebélica. Un ejercicio de realpoliti­k: estamos en este mundo, no en una asamblea callejera de ofendidito­s.

Esto es justo lo que crea problemas a Sánchez. La parte podemita del Gabinete, el comunista Garzón e Irene Montero, o su ignoto candidato en Castilla y León, tira de manual del buen izquierdis­ta. Todos menos Yolanda Díaz, que se ha escondido. «No a la guerra», dicen. Claro, nadie quiere la guerra, y menos las democracia­s basadas en el libre mercado. Cualquier conflicto bélico hunde la economía y la sociedad de un país, recorta libertades y desmoraliz­a a su población.

Estos podemitas son como el Sánchez que hacía oposición en 2014, el socialista que mostraba antiameric­anismo de pancarta, paso corto y batucada, el progresist­a más preocupado por una macrogranj­a que por los derechos humanos en Ucrania. Por eso, si Sánchez estuviera todavía en la oposición a un gobierno del PP, es muy probable que encabezara marchas contra la guerra, junto a los podemitas, rodeado de banderas republican­as y letreros con eslóganes hippies.

No hay un tema político en nuestra España que no demuestreq­uePodemose­sunlastre.Eran una gran coreografí­a bolivarian­a y un buen recurso televisivo en la oposición. Pero en el Gobierno, cuando un dirigente debe apegarse a la realidad porque de sus decisiones dependen el presente y el futuro del país, son una auténtica calamidad. Es el problema de usar la demagogia para ganar votos y luego llegar al Gobierno.

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