La Razón (Cataluña)

En la cabeza de Putin

► Nadie se atreve a predecir –salvo Biden– si el presidente ruso entrará con los tanques en Ucrania, pero sí sabemos que esta amenaza ha acercado Kiev a Occidente

- Rocío Colomer Flores

VladimirVl­adimir Putin es como una muñeca rusa. No sabes muy bien si has llegado al final del juego o todavía queda por descubrir una figurita más. Es un político indescifra­ble y nadie se atreve a aventurar qué ocurrirá con Ucrania. Todo lo contrario ocurre con Joe Biden. Y eso puede ser un problema. Ya sea por la edad o por su exceso de transparen­cia, el presidente estadounid­ense sugirió esta semana que una «incursión menor» de las fuerzas rusas en Ucrania podría rebajar el tipo de respuesta de Estados Unidos y de Europa. Con estas palabras, Biden parecía dar luz verde al Kremlin para realizar una intervenci­ón limitada en el flanco oriental sin que desencaden­ase fuertes sanciones por parte de Occidente. Kiev se revolvió y recordó a Washington que cualquier violación de su integridad territoria­l no puede considerar­se un ataque menor. «Queremos recordar a las grandes potencias que no hay incursione­s menores ni naciones pequeñas», escribió en su perfil de Twitter el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski. La Casa Blanca salió a matizar al presidente demócrata casi inmediatam­ente y el propio Joe Biden se corrigió a sí mismo, pero el daño ya estaba hecho. El mensaje había llegado a Moscú.

Rusia mantiene sus tropas amenazante­s en la frontera e igual que en 2014 con Crimea, Estados Unidos y Europa se preguntan hasta dónde va a llegar Putin esta vez. El presidente ruso niega que vaya a realizar una incursión militar, pero no parece que sus palabras generen mucha confianza. ¿Qué tiene en la cabeza? El ex director de la CIA y ex secretario de Defensa, Robert Gates, asegura en un artículo en «Financial Times» que desde que Putin asumió la Presidenci­a en 1999, sus objetivos han sido muy claros: restaurar y ampliar la autoridad del Estado ruso y devolver a Moscú su papel histórico como gran potencia. Gates sostiene que por muy deplorable­s que nos puedan parecer sus actuacione­s eso no significan que no carezcan de lógica. «Casi todo lo que hace en casa y en el extranjero tiene sus raíces en el colapso de la Unión Soviética en 1991, que para él marcó el fin del imperio ruso tras cuatro siglos de antigüedad y de la posición de Rusia como una gran potencia», reflexiona. Esta nostalgia imperialis­ta lleva al presidente ruso a considerar cualquier medida que valore necesaria para lograr estos dos objetivos. Gates recuerda las palabras del ex asesor de seguridad nacional estadounid­ense, Zbigniew Brzezinski, quien observó que sin Ucrania no había un regreso al imperio ruso. No es la única pieza, Bielorrusi­a, Moldavia, Transnistr­ia, Georgia, Armenia o Kazajistán completan el puzle. No obstante, Ucrania sería la más valiosa.

El ex secretario de Estado sostiene que como suele ocurrirles a los autócratas en esta ocasión, Putin se ha pasado de la raya. Su política agresiva ha galvanizad­o a la OTAN y reafirmado la claridad de su propósito. Países no alineados como Suecia y Finlandia han aumentado la cooperació­n con la organizaci­ón militar debido a su miedo al expansioni­smo ruso. El riesgo de una segunda invasión ha aumentado en Ucrania un sentimient­o antirruso y disparado sus deseos de integrarse en la Unión Europea y la OTAN. El hecho de que Putin se haya quedado anclado en el siglo XIX o XX con el mundo dividido en bloques y áreas de influencia no significa que haya conseguido parar el tiempo. Ucrania es una nación soberana desde 1991 que quiere ser dueña de su propio futuro. Lo mismo ocurre con el resto de repúblicas ex soviéticas. Una agresión podría extender la aversión hacia Rusia más allá de Kiev. Por eso todavía no ha entrado con los tanques.

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