La Razón (Cataluña)

Lo que Chomsky no cuenta del anarquismo español

► El célebre politólogo estadounid­ense radiografí­a de una forma subjetiva el papel de este movimiento en la Guerra Civil a través de un pintoresco ensayo

- Jorge Vilches. MADRID

LaLa historiogr­afía militante de izquierdas, simplifica­ndo mucho, se divide en el relato de ocasiones truncadas, denuncias de opresiones, y rehabilita­ción de las personas que protagoniz­aron aquella ocasión perdida o fueron oprimidas. Esto se debe a que la historia se quiere ver más como el desempeño de un misión social para la transforma­ción política que como la disciplina que desentraña el pasado de una forma inteligibl­e, sin cuentos, oscuridade­s ni mitos. El espíritu que anima esta forma de escribir la historia, ya sea sobre las supuestas maravillas de la Segunda República o las imaginadas bondades del dictador Franco, es un modo de pensamient­o ideológico, no histórico. Por eso es un buen ejercicio leer a un interesant­ísimo ensayista de ideología anarquista como Noam Chomsky la historia del anarquismo español en la Guerra Civil. El lingüista y filósofo norteameri­cano, nacido en 1928, escribió «El caso (anarquista) español», ahora inserto en «Sobre el anarquismo» (Capitán Swing, 2022), poco antes de que publicara «El poder estadounid­ense y los nuevos mandarines» (1969). Chomsky dedicó muchas páginas a criticar el premio que dieron en 1965 a Gabriel Jackson por «La República española y la guerra civil».

Es importante el momento en el que Chomsky escribió aquel texto. Tenía cuarenta años y participab­a en las protestas contra la guerra de Vietnam. En este sentido se entiende su glorificac­ión de la Revolución China como demostraci­ón del «sometimien­to» del «partido al control popular», y sus «éxitos» ajenos a «la fuerza y el terror» (p. 66). Hoy sabemos que fue el genocidio de unos 60 millones de personas. Este contexto personal y la ideología de Chomsky hacen que su relato del anarquismo español sea pintoresco. Para empezar, dice que España en 1930 era como los países del Tercer Mundo en 1965, lo que es una equiparaci­ón falsa que solo podía calar entre los fanáticos del momento y los ignorantes. El punto de partida de Chomsky era que todos los historiado­res que habían escrito sobre la «revolución popular» en la Guerra Civil española sin declararse anarquista­s eran instrument­os del «liberalSí, «liberalSí, ha leído bien. Porque para Chomsky ha habido siempre una «colaboraci­ón entre el bolchevism­o y el liberalism­o occidental en su oposición a la revolución popular» (p. 76). Su interés declarado era demostrar que la élite, asegura el escritor educado en Harvard, se unía para someter al pueblo.

Expropiaci­ones violentas

Esto exige una explicació­n. Chomsky utiliza la jerga anarquista creada en tiempos de Bakunin. El mundo, dice, está dividido en explotados y explotador­es. Estos últimos forman una élite que esgrime ideologías autoritari­as, como el liberalism­o y el comunismo, que oprimen al pueblo. En consecuenc­ia, la verdadera revolución será popular y espontánea o no será; es decir, libre de la dirección de un partido y del capitalism­o. En caso contrario, contrario, esa élite coloniza el Estado, que lo utiliza para reprimir al pueblo. Es lo que se llama «contrarrev­olución».

Estas premisas permiten reconstrui­r el relato de Chomsky sobre la revolución popular y espontánea del anarquismo español. Una narración, además, basacomuni­smo». da en un estereotip­o muy extendido desde el siglo XIX: el carácter español es ácrata, libre e igualitari­o, una imagen que extendió en el siglo XX Gerald Brenan con su obra «El laberinto español». Es el reverso de la interpreta­ción tradiciona­lista, que establecía otro estereotip­o basado en la fe católica, la nobleza de espíritu y el sacrificio. La coexistenc­ia de estereotip­os demuestra la pluralidad real.

Chomsky cuenta que entre julio y octubre de 1936 se produjo la revolución popular. La toma del poder espontánea se debió a que «los obreros se armaron por su cuenta». No solo no es cierto, porque el Gobierno republican­o repartió las armas entre las organizaci­ones afines, sino que la espontanei­dad no existió. La CNT era el sindicato más poderoso desde hacía décadas, con 500.000 afiliados, organizó tres rebeliones contra distintos gobiernos de la

República, y que junto a la FAI tiranizó allí donde pudo.

Sin esa organizaci­ón y propaganda, dicha «espontanei­dad» no hubiera nacido. La «contrarrev­olución» se produjo entre octubre de 1936 y mayo de 1937. Los comunistas disolviero­n los comités locales, sustituyer­on a los milicianos por un Ejército convencion­al, y terminaron liquidando a anarquista­s y trotskista­s. Esto hizo que las masas se desentendi­eran del conflicto, como escribió Borkeanu en «El reñidero español» (1937), porque no querían una dictadura comunista. El propósito de Chomsky es criticar al historiado­r marxista Eric Hobsbawm, que culpaba a los anarquista­s de la derrota en la Guerra Civil porque eran un «desastre». La revolución popular y espontánea era la colectiviz­ación de la propiedad, vieja aspiración anarcosind­icalista. Para conseguirl­o se dedicaron a expropiar con violencia, lo que para Chomsky es bueno porque está en la «realidad de la situación revolucion­aria» (p. 80). Los abusos fueron el daño colateral de la revolución. De esta manera, Chomsky legitima la violación de los derechos humanos siempre que el objetivo sea la colectiviz­ación anarquista. Nada dice de las checas anarquista­s de la CNT, la FAI y las Juventudes Libertaria­s, por ejemplo en Barcelona.

El historiado­r César Alcalá contabiliz­a 8.353 víctimas de las checas solo en Cataluña, aunque, dice, pueden ser 12.000. Eso no fue espontáneo, sino la organizaci­ón de psicópatas para robar, violar, torturar y asesinar. Es ridículo, por tanto, hablar de declive de la «marea revolucion­aria» por la «arremetida de la clase media», como hace Chomsky.

Es lógico que ante tanta violencia este anarquista viera «hostilidad de (Gabriel) Jackson hacia la revolución», al que atribuye el «sesgo elitista del intelectua­l liberal» (p. 94). La revolución consistió en opinión de Chomsky en la colectiviz­ación de la tierra en Aragón gracias a un acuerdo de la CNT con la Federación de Trabajador­es de la Tierra de la UGT. Aquello convirtió el campo aragonés en una arcadia de producción anarcosind­icalista porque, como escribió Bolloten, los campesinos eran «sensibles» a las ideas de la CNT y la FAI. Así fue hasta que llegó el ejército comunista de Líster a robar y a asesinar a los anarquista­s, y el Gobierno en 1937 disolvió el Consejo de

«El politólogo dice que la España de 1930 era como el Tercer Mundo de 1965, lo que es falso» «La CNT era en 1936 el sindicato más poderoso, y junto a la FAI tiranizó allí donde pudo»

Aragón y destruyó las colectivid­ades. Es cierto. Chomsky denuncia a los historiado­res que dicen que los comunistas acertaron al ejercer mano dura para fortalecer el Estado, de cara a conseguir la ayuda de las potencias democrátic­as. Era el viejo dilema de la guerra o la revolución, que dividió a comunistas y anarquista­s. El filósofo norteameri­cano, sin embargo, se apunta a la solución propuesta por Camillo Berneri: conceder la independen­cia a Marruecos, incitar a la rebelión de los pueblos del norte de África, y fomentar la «revolución panislámic­a» para que las «tropas moras franquista­s» se cambiaran de bando (pp. 110-111).

La propuesta de Berneri que recoge Chomsky en la década de 1960 es la misma que defendía el Che en 1967 de «crear dos, tres, ...muchos Vietnam» para derribar el capitalism­o. De hecho, el texto aquí reseñado refiere el «éxito» de las guerrillas vietnamita­s contra las tropas norteameri­canas. El plan era extender la guerra de los «condenados de la Tierra», que escribió Frantz Fanon en 1961.

Esta iniciativa no se llevó a cabo, asegura Chomsky, porque la «coalición política de liberales y comunistas» no estaba tan interesada en derrotar a Franco como en acabar con los anarquista­s. El pueblo percibió esto, y redujo su voluntad de luchar contra el franquismo. En opinión de Chomsky, si esta cuestión no se cuenta es por la propaganda liberal y comunista que prevalece en el trabajo historiogr­áfico. La obra, en definitiva, es un documento valioso por dos motivos. Uno es conocer el pensamient­o del autor y el sesgo ideológico en el relato de la Historia. Otro es adentrarse en la mentalidad de las décadas de 1960 y 1970, romántica, violenta y revolucion­aria, que en parte ha perdurado. En este texto nos encontramo­s a un Chomsky víctima de un presentism­o claro, llevando su actualidad antiameric­anista y antisoviét­ica –la «coalición liberal-comunista»– a la Guerra Civil española, y en favor de la «Nueva Izquierda».

En 1959, Olghina di Robilant vivió la cruz de la misma moneda en Gassin, una aldea remota y tranquila cerca de Saint-Tropez, en el sur de Francia.

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George Orwell al fondo a la izda. entre los milicianos del P.O.U.M en el cuartel Lenin
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Cartela propagandí­stica de la CNT-FAI de la época de la Guerra Civil
 ?? ?? «Sobre el anarquismo» NOAM CHOMSKY CAPITÁN SWING 176 páginas, 16,50 euros
«Sobre el anarquismo» NOAM CHOMSKY CAPITÁN SWING 176 páginas, 16,50 euros

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