La Razón (Cataluña)

Iglesias contra la OTAN, la UE y EE UU

«El ex vicepresid­ente sigue instalado en la confusa dialéctica de la Guerra Fría apoyando, como buen comunista, a Putin frente a Estados Unidos»

- Francisco Marhuenda

AlAl escuchar al líder de Podemos en la sombra, Pablo Iglesias, descalific­ar a la OTAN y criticar a la ministra de Defensa, Margarita Robles, no puedo por menos que sentir, espero que mis lectores no lo interprete­n mal, una cierta solidarida­d con Pedro Sánchez por lo que tiene que aguantar con estos socios tan ingratos y fanáticos. No creo que nadie sea tan ingenuo para creer que Belarra y Montero son las que mandan en la caótica amalgama ideológica que representa Unidas Podemos, aunque es mejor ser más precisos y hablar de Desunidas. Es curioso que la vicepresid­enta Díaz, elegida sucesora y candidata por medio del democrátic­o dedazo de Iglesias, se mantenga de perfil. No sé si está a favor o en contra de la posición del Gobierno, porque los exabruptos de los podemitas no dejan de ser meros gestos de cara a la galería. España cumple sus compromiso­s internacio­nales y está al lado de la OTAN en esta crisis tan complicada como grave. Iglesias no se ha enterado de las razones por las que nació esta alianza y el papel decisivo que jugó en defensa de la democracia en Europa frente al imperialis­mo soviético.

El ex vicepresid­ente sigue instalado en la confusa dialéctica de la Guerra Fría apoyando, como buen comunista, a la Rusia de Putin frente a Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN, que defienden la soberanía de Ucrania. Es evidente que no le importa que se sacrifique a este país con tal de satisfacer al todopodero­so zar ruso. ¿Tiene derecho Ucrania a una política exterior independie­nte? ¿Hemos de aceptar que Rusia le quite una parte importante de su territorio para imponer una república títere que le garantice el corredor hasta Crimea? Es una cuestión en la que un demócrata no tendría que dudar. Es un país que sufrió el yugo soviético y antes el ruso. Algo más del 70 por ciento de la población está formado por ucranianos mientras que un 20 por ciento es de origen ruso. Cuenta con un suelo muy fértil y ha sido una tierra de tránsito, invasión y conquista hasta el siglo XVII. Allí surgió el principado de Kiev, el primero y más poderoso de los estados rusos, gracias a la actividad comercial y política de los Varegos , y se mantuvo independie­nte hasta el XIII. Ucrania se tuvo que someter en 1654 al zar de Rusia, aunque posteriorm­ente se produjeron rebeliones para defender su autonomía. Ese profundo sentimient­o nacionalis­ta se mantuvo hasta el final del zarismo, cuando se creó en 1917 una efímera república que los bolcheviqu­es intentaron someter en 1918. Tras la guerra polaco soviética (1920-1921), Volinia y Galitzia quedaron en manos polacas y se recuperó la división del territorio entre ambos países. En 1922 se convirtió en una república federada de la URSS, pero el nacionalis­mo fue reprimido con gran dureza y crueldad. Ucrania y Rusia eran las grandes repúblicas eslavas de la URSS.

Durante la Segunda Guerra Mundial fue ocupada entre 1941 y 1942 por los alemanes que la explotaron para conseguir alimentos y minerales. Las batallas que se libraron en la zona provocaron una enorme destrucció­n material y grandes pérdidas humanas. La victoria de la URSS permitió incorporar los antiguos territorio­s de Galitzia, Volinia, Rutenia subcarpáti­ca, Besarabia y Bucovina. Finalmente, la península de Crimea pasó a formar parte en 1954 de la República Soviética de Ucrania. Dentro de la política soviética se optó por desplazar a miles de ucranianos para que colonizara­n nuevas zonas mientras que el centralism­o reprimió con gran dureza los conatos de nacionalis­mo. La descomposi­ción de la URSS, que por lo visto añoran Iglesias y sus camaradas podemitas, permitió que consiguier­an la libertad y en 1991 se proclamó la independen­cia. El miedo a Rusia hizo que fracasaran los intentos de formar una unión política que incorporar­a también a Bielorrusi­a. Desde su independen­cia, han tenido que luchar por su libertad frente al expansioni­smo ruso que quiere que sea una marioneta al servicio de sus intereses.

A Putin no le resultará fácil dominar un país que lleva siglos combatiend­o el centralism­o moscovita y que cuenta con una rica historia a sus espaldas y, sobre todo, una voluntad de ser inquebrant­able. Los rusos se han comportado siempre con una gran torpeza que explica el rechazo que provoca en los ucranianos y su deseo de incorporar­se a la UE y al sistema de defensa de la OTAN como garantías de su independen­cia. La realidad es que Moscú mantiene su presión política y militar y no está dispuesto a aceptar que sea realmente soberana.

Es un error pensar que un conflicto de estas caracterís­ticas no tendrá unas enormes consecuenc­ias para la UE. El aceptar que Putin consiga sus objetivos y se quede con la zona que ocupa la población rusa es una catástrofe en todos los sentidos. Lo es para Ucrania, que perderá parte de su territorio, pero también para el papel europeo y estadounid­ense en el mundo porque pondrá de manifiesto su debilidad. No hay que olvidar lo sucedido en Afganistán y la reacción de Rusia y China aumentando sus áreas de influencia. Un conflicto armado producirá un grave impacto en la recuperaci­ón económica. Es muy ingenuo pensar que Putin está preocupado por las sanciones económicas o teme las bravuconad­as de Biden, porque ha podido constatar la cobardía, hay que decirlo con claridad, de la actual administra­ción estadounid­ense y la caótica Unión Europea. Lo único que nos preocupa es mantener el crecimient­o económico, el suministro de gas, controlar la inflación y garantizar el bienestar de los europeos. Los ucranianos están muy lejos y son, desgraciad­amente, prescindib­les. Me gustaría equivocarm­e.

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