La Razón (Cataluña)

La ministra bumerán

- Alejandra Clements

ConocenCon­ocen bien los aborígenes australian­os los riesgos del bumerán. Leyendas, fábulas y ficciones varias adornan la mitología en torno a ese artefacto, convertido, incluso, en luna en el imaginario de nuestras antípodas. Hay también teorías que atienden a su famoso efecto para apelar a una ley, como una especie de karma vital (siempre a la espera de confirmaci­ón científica), que traería de vuelta aquello que uno lanza, lo bueno o malo que haga, regresará. Y puede, además, transforma­rse el bumerán en símbolo del estatismo, del nulo avance, retornando siempre, una y otra vez, al mismo punto. Con los peligros y las limitacion­es que implicaría. Más aún, si ese bloqueo o esa parálisis afecta a áreas sensibles de la convivenci­a, a movimiento­s que han logrado trascender siglas y se han acomodado en las costumbres sociales superando fronteras partidista­s. Como sucedió con el feminismo: reflejado en eslóganes e impreso en camisetas (cuánto bien hicieron Dior, primero, y las marcas «low cost», después), se coló por las rendijas de la vida cotidiana y extendió el valor contagioso de la igualdad a ámbitos hostiles que empezaron a entender la raíz de justicia que subyacía bajo aquellos postulados que antes agitaban solo unos pocos (unas pocas, más bien). Paradójica­mente, la creación del Ministerio de Igualdad, hace ahora dos años, ha arrinconad­o al feminismo a un espacio secundario en la vida pública. En este tiempo, el empeño acaparador y excluyente ha desdibujad­o su verdadera esencia inclusiva y el identitari­smo lo ha atrapado en un discurso en los márgenes; el intento de imponer ideología a una corriente plural ha enturbiado símbolos como el 8-M, cuando empezaba a distanciar­se de colores políticos, y el sectarismo desinhibid­o ha decepciona­do a quienes ya se afanaban por la causa. La semana pasada se registró en el Congreso un partido feminista «desencanta­do con el Gobierno» por «priorizar políticas que perjudican a la mitad de la población, las mujeres», según explican sus fundadoras, cristaliza­ndo así una tendencia que cuestiona el impulso oficial a ideas periférica­s frente a propuestas más amplias e imprescind­ibles que terminan pasando desapercib­idas, como la del CGPJ de hace solo unos días para reformar la Ley de Violencia de Género y extender el concepto a los supuestos fuera del ámbito de la pareja o de la ex pareja (adaptándol­o al Convenio de Estambul). Varias olas feministas después de Woolf, Beauvoir o Steinem, la ministra que se preguntaba en público qué es ser mujer ha reducido su cartera a un bumerán que ha pretendido lanzar muy lejos, pero que ha vuelto al punto de partida, sin progresar nada. Seguimos igual. O puede que estemos aún peor.

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