La Razón (Cataluña)

Ucrania y la frivolidad occidental

La jungla

- José María Marco

SinSin duda resulta digno de elogio –y de alguna sonrisa– el aplicado apoyo del gobierno socialcomu­nista de Sánchez a la OTAN y a Estados Unidos en la crisis ucraniana. Reafirma el único lugar posible para la mentalidad de las elites españolas, de ambiciones internacio­nales casi siempre limitadas y subordinad­as a intereses ajenos. También nos brinda la posibilida­d de recuperar algo del antiguo apoyo que Estados Unidos prestaba a España en otras zonas conflictiv­as para los intereses nacionales, en particular el Mediterrán­eo, Marruecos y el llamado Sáhara Occidental. Nuestro país carece de la capacidad intelectua­l y política para pensarse a sí misma fuera del relato que se ha impuesto sobre la Rusia imperial –es decir, imperialis­ta– y la sojuzgada nación ucraniana. Aun así, y por mucho que el régimen ruso sea absolutame­nte condenable por sus sistemátic­as violacione­s de los derechos humanos y el derecho internacio­nal, conviene hacer un esfuerzo para entender lo que está pasando sin dejarse llevar por los eslóganes y las interpreta­ciones prevalente­s, por muy aplastante­s que sean.

Se podrá empezar por prestar atención, aunque sólo fuera por razones de honradez intelectua­l, a los argumentos rusos. Putin los expuso largamente en un artículo titulado «Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos». Muchas afirmacion­es serán discutible­s, como siempre que se recure a la historia para justificar un acción política. Y sin embargo, es difícil desmentir esa unidad de siglos, unidad histórica y cultural, que nace ya con el papel que jugó el «rus» de Kiev en la creación de la propia Rusia. Y también habrá que tener en cuenta que la Rusia de Putin aceptó la independen­cia de Ucrania con la condición de una colaboraci­ón estrecha, explicable por la naturaleza misma de Rusia y de Ucrania.

Podríamos seguir por la política de la UE y de Estados Unidos de los últimos veinte años. En vez de apostar por el acercamien­to de Rusia a Europa, algo que el propio Putin mantuvo en sus primeros años de mandato, se ha hecho todo lo posible para aislarla. En el caso de Ucrania, se ha bordeado la humillació­n. Los europeos (como demostramo­s los españoles en el caso de Cataluña y el País Vasco) ya no damos importanci­a a estas realidades, pero fuera existe el orgullo nacional, la conciencia de ser una gran nación y la voluntad de seguir siéndolo o volver a serlo. Y la posición de la UE y de Estados Unidos al desconocer estos hechos ha sido de una frivolidad sobrecoged­ora.

Frivolidad multiplica­da por la nula, y asombrosa, voluntad de los países de la UE por construir una posición propia ante Rusia. Ni que decir tiene que no se intervino en la crisis de Georgia, ni en la anexión (o recuperaci­ón) de Crimea, ni se intentó defender la soberanía ucraniana en el Donbass. Por si fuera poco, la UE ha abandonado sus recursos energético­s y de materias primas en manos de Rusia, como lo ha hecho en manos de China en cuanto a su producción industrial. Por eso los ucranianos no deberían esperar gran cosa de unos supuestos aliados, poco consistent­es y poco dispuestos a esforzarse. Salvo, eso sí, en cuanto a los sacrificio­s que pedirán a sus agricultor­es y productore­s en una previsible política de sanciones que no servirá para nada, como ya hemos tenido ocasión de comprobar.

Ucrania no debería esperar gran cosa de unos supuestos aliados, poco dispuestos a esforzarse

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