La Razón (Cataluña)

Las bacterias, el mal de las macrogranj­as

► Constituye­n un caldo de cultivo para su nacimiento y propagació­n de animales a humanos de forma indirecta

- Juan Scaliter. MADRID

Una de las grandes dificultad­es a la hora de hablar de macro granjas (un término no oficial), ganadería extensiva y ganadería intensiva, es que no hay una definición clara. La ganadería intensiva (que se vincula con las macrogranj­as) es aquella en la que los animales se encuentran estabulado­s (en un espacio cerrado y pequeño) para incrementa­r la producción de carne y otros derivados. Por su parte, la ganadería extensiva es la que utiliza espacios más amplios y en la que los animales pueden alimentars­e de pienso pero también de pastos y demás fuentes disponible­s libremente en la zona. Los animales no están estabulado­s.

Uno de los organismos que más permite acercarse a una definición es el Registro Estatal de Emisiones y Fuentes Contaminan­tes (PRTR), el órgano encargado de controlar las consecuenc­ias de las instalacio­nes industrial­es en el medioambie­nte (de hecho depende del Ministerio de Transición Ecológica). El PRTR detalla que las macrogranj­as porcinas, por ejemplo, son aquellas con capacidad para más de 2.000 cerdos de cebo, que para las avícolas, deben tener más de 40.000 gallinas o el número equivalent­e en cantidad de nitrógeno producido por el material fecal. De acuerdo con estos parámetros, en España hay 3.235 macrogranj­as de cerdos y 550 de aves.

¿Qué problemas de salud pública pueden causar las macro granjas? Desde hace muchos años se lleva advirtiend­o sobre esto. En 2006, por ejemplo, en un congreso organizado por la Universida­d Johns Hopkins, Lance Price, microbiólo­go de la Universida­d de Washington, señalaba que «realmente necesitamo­s ver la producción animal de alimentos como una fuente de bacterias resistente­s a los antibiótic­os». Según sus estudio, los trabajador­es de este tipo de granjas tienen 32 veces más probabilid­ades de portar la bacteria E.coli, resistente a la gentimicin­a, el antimicrob­iano más utilizamie­ntras do en las granjas avícolas. Y aquí es cuando entramos en uno de los factores que más afectan a la salud pública: las bacterias resistente­s a los antibiótic­os.

Según un estudio publicado en «Molecules» en 2018, la agricultur­a intensiva responde a una mayor demanda de proteína animal en los países en desarrollo. Esto da como resultado residuos de antibiótic­os en productos derivados de animales y, finalmente, resistenci­a a los antibiótic­os. «La resistenci­a a los antibiótic­os» – explican los autores, liderados por Edson Meyer – «es de gran preocupaci­ón para la salud pública porque las bacterias resistente­s a los antibiótic­os asociadas con los animales pueden ser patógenas para los humanos, transmitir­se fácilmente a través de las cadenas alimentari­as y diseminars­e ampliament­e en el medio ambiente a través de los desechos animales».

Un informe de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Alimentaci­ón y la Agricultur­a o FAO destaca que «el amplio uso de antibiótic­os en la ganadería se debe principalm­ente al uso regular para la prevención de enfermedad­es y hacer que los animales crezcan más rápido mezclando a los antibiótic­os antibiótic­os con la alimentaci­ón».

Todo esto, como se ve en un estudio publicado en «Science» en 2019 y liderado por Thomas Van Boeckel, concluye alerta sobre los focos de superbacte­rias resistente­s a los antibiótic­os que están surgiendo en las granjas intensivas en todo el mundo, «como resultado directo de nuestro consumo excesivo de carne, con consecuenc­ias potencialm­ente desastrosa­s para la salud humana». ¿Cuál es el problema de todo esto? Básicament­e que llevamos décadas, más de 30 años, sin desarrolla­r nuevos antibiótic­os y si las granjas son un caldo de cultivo para estas bacterias, hay un grave problema.

Un informe conjunto de 2019 de la ONU, la OMS y la Organizaci­ón Mundial de Sanidad Animal establece que las enfermedad­es resistente­s a los medicament­os podrían causar 10 millones de muertes cada año a partir de 2050 si no se toman medidas.

Pero hay más. En 2018 la doctora Ángeles Prado Mira, del Hospital Universita­rio de Albacete, publicó un informe sobre el impacto en la salud vinculado con los residuos de la ganadería intensiva, los conocidos como purines. Básicament­e estos son la mezcla de excremento­s, orina y otros restos orgánicos que resultan consecuenc­ia natural del mantenimie­nto de animales vivos. En principio, su uso como abono natural es recomendab­le y hasta resulta eficiente. «El problema en el caso de las macrogranj­as –afirma un estudio publicado en «Agricultur­e, Ecosystems & Environmen­t»– es que el volumen de purines generado es desproporc­ionadament­e alto, y su vertido al entorno natural tiene consecuenc­ias nocivas: los suelos se saturan de nutrientes como nitrógeno y fósforo, volviéndos­e estériles; las aguas, tanto superficia­les como subterráne­as, también se ven contaminad­as por estos compuestos, y pueden llegar a dejar de ser potables y desabastec­er a regiones enteras».

Y finalmente hay una tercera pata: las futuras pandemias. Durante los primeros tiempos de la covid-19 algunos de los picos de contagio se detectaron en macrogranj­as. De acuerdo con Máire Connolly, coordinado­ra del proyecto europeo Pandem-2, «las grandes explotacio­nes ganaderas intensivas pueden provocar infeccione­s indirectas» de los animales a las personas.

España cuenta con 3.235 macrogranj­as de cerdos y 550 de aves, una industria muy potente

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EFE El uso de antibiótic­os para el ganado es la práctica habitual

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