«Cerdita», panceta y terror para Sundance
Matías G. Rebolledo
EsEs el 9 marzo de 2019. El mundo no sabe que comienza a vivir su último año pre-pandémico, pero en el cine del Palacio de la Prensa de Madrid, se apagan las luces y el público se dispone a ver el cortometraje que acaba de ganar el Goya. Del silencio de un páramo, imagen no tan viva del secarral extremeño, no se extraña nadie. Nadie, salvo Carlota Pereda, que abandona la sala a toda prisa cuando todavía no ha transcurrido un minuto entero de metraje. «No se dio cuenta mucha gente, pero la proyección comenzó sin audio. Por suerte se pudo arreglar rápido», ríe ahora. Entre aquel pase, en el marco de la Muestra SYFY, y la conversación con LA RAZÓN han pasado casi tres años, una beca en Cannes y un exitoso paso por el Festival de Berlín en busca de financiación. «Cerdita», el cortometraje de Pereda de 2018, se ha convertido en un largometraje en 2022 y el prestigioso Festival de Sundance —creado por Robert Redford como nueva cuna del cine independiente en Estados Unidos— lo ha seleccionado para competir en su Sección Oficial.
«Yo estaba trabajando y me llamó mi productora. Y no, no me lo creía. Para mí, Sundance y Cannes son los dos festivales que nunca fallan. Mis directores favoritos han pasado por ahí. No me lo imaginaba, porque nunca habían seleccionado películas españolas rodadas en español. Para cuando nos habíamos comprado ya un montón de cosas térmicas nos avisaron de que el festival pasaba a un formato online, pero el alegrón es el mismo», explica emocionada Pereda, cuya película quedó disponible desde el pasado viernes para los asistentes virtuales al festival y está cosechando multitud de aplausos: «Así es como me di cuenta de la audiencia que tuvo el corto, porque mucha gente esperaba que saliera la película para verla. Menos mal que no lo sabía de antes, porque si no me hubiera puesto muy nerviosa», confiesa.
En «Cerdita», Pereda nos transporta de nuevo a Extremadura para contarnos la misma historia del cortometraje: Sara (genial Laura Galán), una chica con sobrepeso se enfrenta al «bullying» extremo de sus compañeras de clase cuando decide bañarse en la piscina. De lejos, unos ojos turbios observan toda la escena. Cuando la chica vuelve a casa, después de casi ahogarse por una crisis de ansiedad y sin apenas ropa porque sus «queridas» vecinas se la han robado, ve cómo una mano pide auxilio desde la luna trasera de una Citroën C-15. Las acosadoras están desaparecidas. A partir de ahí, la directora desarrolla noventa minutos de un metraje atrevido que, al contrario que en sus congéneres que evolucionan del corto al largo, no se siente agotado, sino que respira en cada nuevo minuto: «Quería encontrar el equilibrio entre el cine del interior, el de los sentimientos, el de lo que está pasando dentro de Sara y sus desórdenes y el exterior, el de la acción y el de no soltar nunca al espectador», explica la realizadora.
Y sigue, sobre un diseño de producción brillante en el que los tópicos y reglas internas del «slasher» se dan de bruces con la España del alcanfor, la Guardia Civil, los cabestros y las pulseras rojigualdas de oxímoron: «¡La C-15 es clave! La gente que participó en el largo, pero no en el corto, flipaba un poco, porque los mismos coches se veían en todos lados. Y yo les decía, claro, por eso están. La C-15 blanca es el coche de la España rural. Quería mezclar géneros, y ese folclore era clave», completa la directora, que además de repetir protagonista suma ahora al elenco a Carmen Machi, Pilar Castro y Claudia Salas («Élite»).