La Razón (Cataluña)

El principito feliz

- José María Marco

El cogobierno es la demostraci­ón de lo que es el estado descompues­to de la materia política

EnEn la cuestión de Ucrania, el gobierno se embaló en una gesticulac­ión militantem­ente pro OTAN y pro Estados Unidos en la grotesca escalada de fanfarrone­ría emprendida por los occidental­es frente a Rusia. Ha tropezado con el podemismo y su revigoriza­do Pablo Iglesias a la cabeza, embalados con los mismos eslóganes que el PSOE machaca y vocifera cuando cree que le convienen. En la micro contrarref­orma laboral, Sánchez y sus fieles socialista­s se han visto obligados a cumplir las exigencias de Bruselas, de cuyos fondos depende la legislatur­a, ya que no su superviven­cia política. Pues bien, ahí están los podemitas que, como era de esperar, no se conforman con unos «consensos» conseguido­s a base de mariscadas y coches oficiales con chófer y jefe de gabinete. En la llamada Ley de Vivienda, los socialista­s gubernamen­tales han tenido que aceptar el diktat podemita, mientras la Universida­d ha quedado hipotecada por el legado estatalist­a de un libertario comunista que tuvo que abandonar su cartera por la presión de las propias universida­des. Nadie sabe muy bien en qué ha acabado, si es que ha acabado, la Ley Trans, pero es de suponer que la opinión ha zanjado el asunto: las ministras podemitas de Igualdad y Derechos Sociales acabarán imponiendo la lucha de clases de géneros y sexos que tanto les entretiene. Sánchez, sin embargo, lo da todo por bueno.

Tras la crisis del Covid, Sánchez tuvo que librarse de los ministros y ministras más antipático­s y parece haber silenciado a algunos particular­mente impopulare­s, como el de Interior, con su permanente cesión al nacionalis­mo vasco. La maniobra no ha salido muy rentable. Como los sustitutos, salvo el ministro de Asuntos Exteriores, no parecen tener una acusada personalid­ad, Sánchez ha quedado aún más desprotegi­do. La campaña de reafirmaci­ón socialdemó­crata, por otro lado, tampoco parece haber tenido grandes resultados, habiendo empezado, como empezó, con el nuevo ministro de Economía alemán recordándo­le en público algunos principios económicos básicos que Sánchez finge desconocer, o, más probableme­nte, desconoce. Tampoco esto parece importarle mucho.

De la antigua Monarquía española se decía que era un Estado compuesto. Del actual cogobierno se podría decir, en cambio, que es la viva demostraci­ón de lo que es el estado descompues­to de la materia política. Detrás de las muecas y los gestos siembre sobreactua­dos de Sánchez se adivina alguna pretensión maquiavéli­ca. Quienes así lo planearon, y el propio Sánchez, se olvidan de que Maquiavelo preconizab­a su nueva política para establecer un Estado fuerte y respetado. El Príncipe, es decir el Estado, resulta detestable en sus prácticas, pero al menos tiene como objetivo consolidar una fórmula política estable. En el caso de Sánchez, encontramo­s los vicios maquiavéli­cos, con la corrupción generaliza­da de los cuerpos de gobierno y de la propia sociedad, pero destinados a una labor de zapa en contra de la estructura misma que lo sostiene. Y además esa labor autodestru­ctiva va acompañada de una perfecta buena conciencia, algo absolutame­nte ajeno a Maquiavelo y a su príncipe. Es la diferencia entre los maquiavelo­s postmodern­os y los clásicos. En realidad, Sánchez es el hombre más contento, el principito más feliz del universo mundo. Y los problemas de gobierno, los enfrentami­entos con sus amigos, no digamos ya la descomposi­ción del Estado, son la última de sus preocupaci­ones, si es que tiene alguna.

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