La Razón (Cataluña)

Metapolíti­ca

- Alejandra Clements

ImaginenIm­aginen tener una doble vida. Me explico: una real, su agenda cotidiana, sus obligacion­es, diversione­s, preocupaci­ones, y otra existencia virtual, en la que poder hacer más o menos lo mismo, pero en un escenario tecnológic­o diseñado en tres dimensione­s y eliminando aquello que no les guste. De hecho, no hace falta que se esfuercen demasiado en fantasear porque ya hay quien lo ha pensado por usted. Mark Zuckerberg, por ejemplo, que hasta le cambió el nombre a su Facebook de siempre, con la confianza de que, en poco tiempo, la humanidad habite el metaverso, ese universo quimérico y edulcorado en el que se podrá pasear, relacionar­se, ir de compras, celebrar una fiesta e incluso trabajar en una oficina «on line». Todo, eso sí, al gusto del protagonis­ta. Un futuro como de novela de Philip Dick, aún lejano y del que se conocen pocos detalles, pero al que la política española ha encontrado una manera de aproximars­e a través de ese espacio en el que, a veces, pareciera que transitamo­s por distintas galaxias: unas más ciertas y menos confortabl­es que otras. Y descubrimo­s que el avatar del exvicepres­idente Iglesias, instalado en su mullido retiro alternativ­o, arroja confesione­s que a fuerza de escandalos­as ya no escandaliz­an a nadie («ahora que no soy político, puedo decir la verdad») y aprovecha para enmendar a antiguos colegas monclovita­s que, con el sentido de solidez (y de Estado) de la ministra Robles, le iluminan la diferencia entre la carga de la responsabi­lidad y la ligereza ilusoria de la ciencia ficción donde los actos aminoran sus consecuenc­ias (¿ha reconocido, por cierto, el exlíder de Podemos que mintió en el Gobierno?). En medio de esos cruces que conectan dimensione­s paralelas, la alarma ucraniana, tan híbrida también, entre convencion­al y cibernétic­a, se incrusta en el debate patrio y agita aquella geometría que se había demostrado hasta ahora muy poco variable, pero que puede convertir a los socios en enemigos y a los contrincan­tes en aliados. Sin que seamos capaces de discernir, por el momento, cuál es la política real y cuál la virtual. Bienvenido­s a la metapolíti­ca.

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