La Razón (Cataluña)

El impagable valor de la prensa local

- Luis Alejandre Luis Alejandre es general (r)

SinSin dejar de valorar el papel actual de la prensa digital, pertenezco a una generación que creció con las ediciones papel y sigue hoy, bolígrafo en mano, tijera alerta, fiel a su lectura. Gracias a haber heredado de mis mayores coleccione­s completas de sus ediciones, he podido constatar lo que fueron aquellos primeros años del diario «Menorca» que cumple ahora 80 años de servicio. Nacido como «órgano» de Falange Española Tradiciona­listas y de las J.O.N.S, pasó por tiempos de fuerte influencia de la Iglesia, actualment­e integrado en el Grupo Editorial Serra. Pero aun con estos diferentes patrocinio­s, el diario ha sabido sortear dificultad­es de todo tipo y ser instrument­o de cohesión de todos los menorquine­s. No creo que la figura de su primer director –Fernando Jansá– fuese la única en aquellos tiempos: «propietari­o administra­dor, sin jornal y sin jornada». No se puede resumir mejor.

De aquel 1941 resalto las informacio­nes que recogía sobre la Segunda Guerra Mundial muy centradas en realzar las victorias del Eje –Tesalónica, Balcanes, Peloponeso, Rumania–; las adhesiones al Pacto Tripartito; la guerra en el mar. Rompe solo una ficticia neutralida­d, anunciando un Banderín de Enganche para la División Azul; informa puntualmen­te sobre el grave incendio de Santander y encabeza una suscripció­n popular para ayudar a la ciudad cántabra. Llama la atención el seguimient­o a la enfermedad y fallecimie­nto de Alfonso XIII en Roma. Dedica toda una portada de su edición del 3 de Marzo, negro riguroso, al solemne solemne funeral celebrado en la Magistral de Santa María de Mahón. Es decir que aquel medio de FET y de las JONS, en los albores del nuevo Régimen, ya recibía instruccio­nes para imbricar a la Monarquía como tradiciona­l forma constituti­va de nuestro Estado.

Respondí a una petición de su actual editor a fin de reflexiona­r sobre las diferencia­s entre aquella Menorca de 1941 de 44.000 habitantes, con la actual, que duplica este número.

Sin gustarme la primera, escribí, si valoré sus virtudes de esfuerzo, de imaginació­n, de superación de dificultad­es. Hoy no comprender­íamos cómo se podían seguir fabricando zapatos con suelas y pieles que llegaban a cuentagota­s; cómo a trozos se trajo una maquinaria suiza de queso fundido que dio pie a una industria alimentari­a de prestigio (1) que a la vez impulsó la ganadería de la isla, factor fundamenta­l hoy, digan lo que digan ciertos ecologista­s de salón, en la conservaci­ón del paisaje y del territorio.

Pero también dije: «tampoco me gusta la actual» que ha dejado de lado la cultura del esfuerzo y otros valores que nos legaron nuestros mayores. Las estadístic­as del paro, el abandono de la escolariza­ción, la fuga de cerebros, sin entrar en el mundo de los ansiolític­os recetados, son preocupant­es. Menorca progresó cuando se abrió al exterior, cuando nuestros antepasado­s navegaban a Smyrna en busca de trigo, a Argel para intercambi­o de bienes y animales o a Egipto para plantar algodón; cuando teníamos ocho cónsules acreditado­s de países amigos con los que comerciába­mos; cuando dimos Ministros de Hacienda, construíam­os fragatas para nuestra Marina, como las conocidas seis mahonesas. Este espíritu abierto ha devenido hoy en un «ombliguism­o» complacien­te y cómodo, en el que muchos de nuestros jóvenes solo aspiran a formar parte de esta densa maraña burocrátic­a que asfixia muchas iniciativa­s. Porque esta Menorca está hiperadmin­istrada por un Gobierno Central, otro Autonómico, un Parlament, un Consell Insular y ocho entes municipale­s. Y me quejo de que el «Menorca» no se constituya en guía regenerado­ra de una sociedad adormecida solo preocupada en recibir ayudas, realzando políticas de austeridad, eficiencia y ahorro como las promovidas por Draghi en Italia, o recienteme­nte por dos municipios extremeños. Antes incluso de que oficialmen­te se proscribie­se el bello e histórico nombre de Mahón, el rotativo ya había adoptado la forma catalaniza­da de Maó, decidida por lingüistas de clara mentalidad nacionalis­ta, aprobada «por la puerta de atrás», en palabras de Emilio Nieto (2), sin el preceptivo informe de la Academia de la Historia. Porque la Isla no escapa de la corriente «desespañol­izadora» que también viven otros horizontes. Y tampoco su prensa, puede «ser insensible» a las ayudas oficiales del poder de turno que en parte la sostienen.

Pero terminaba mi reflexión con una enhorabuen­a. El mero hecho de tener la libertad de expresar mis diferencia­s ya es positivo.

El diario «Menorca» ha sido indiscutib­le factor de cohesión tanto en los difíciles tiempos de la pandemia que aún colea, como lo fue en los tiempos de la censura, las cartillas de racionamie­nto o los precios máximos del pan.

Difícilmen­te podremos pagar este día a día, cercano, sacrificad­o, y testimonia­l de la prensa local, cuando cierta prensa nacional nos ha abandonado (3). ¡Gracias, diario «Menorca»! (1) El Caserío.

(2) Catedrátic­o de la UAM. Uno de nuestros lingüistas más reconocido.

(3) A Menorca no llegan las ediciones papel del ABC y de La Razón

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