La Razón (Cataluña)

Desnaciona­lizar la historia

- Carlos Rodríguez Braun

ElEl fanatismo de nuestros separatist­as a la hora de manipular la historia es en cierto modo inevitable, porque las naciones no crean a los nacionalis­tas: es al revés. Esto es patente en el caso de los nacionalis­tas de hoy: cuando se desesperan e indignan porque la Justicia puede proteger a los catalanes que quieren que sus hijos dediquen la cuarta parte de su tiempo a aprender castellano, es evidente que no atienden a criterios lingüístic­os. Lo que hacen es utilizar la lengua para su objetivo, que es construir una nación, inventarla a partir de un abanico de mitos presentes y pasados que hay que repetir hasta que los comparta la mayoría de la población. Como dice Tomás Pérez Vejo en su libro sobre el Desastre de 1898, que comentamos recienteme­nte: «las naciones, en contra de lo que afirma el pensamient­o nacionalis­ta, no son realidades objetivas e intemporal­es, sino construcci­ones imaginaria­s de origen relativame­nte reciente».

Pero está lógica no vale para los nacionalis­tas de hoy, sino para todos. España no existió desde siempre, y, como vimos, la propia noción del Desastre se explica porque en 1898 España perdió colonias, que antes no había tenido. De hecho, las guerras de independen­cia americanas no se libraron contra España sino contra el rey: España tenía un gran imperio, pero no era todavía una nación moderna. Lo mismo vale para las nuevas naciones que surgieron tras el fin de dicho imperio, que se inventaron la ficción de una América en lucha contra un ejército foráneo, al servicio de un rey extranjero. Apunta el profesor Pérez Vejo al respecto: «Aunque para ello haya que ocultar que ese rey extranjero no fue considerad­o como tal por los combatient­es de uno y otro bando». Y como prácticame­nte no hubo un ejército español en América, los combatient­es fueron americanos. En la batalla de Salta pelearon Pío Tristán y Manuel Belgrano, «ambos criollos y compañeros de estudios en España».

Es inverosími­l, pues, plantear esas guerras como un enfrentami­ento entre criollos y peninsular­es, sino como fenómenos ligados a las naciones: «La nación española que hoy conocemos es el resultado, lo mismo que las americanas, del colapso de la monarquía católica, no su continuaci­ón». Constata y lamenta este profesor hispano-mexicano que «somos prisionero­s de una historia hecha por y al servicio de los estados. Ha llegado quizás el momento de su ‘desnaciona­lización’».

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