La Razón (Cataluña)

Portugal elige entre Costa o el giro a la derecha

► Socialista­s y conservado­res se disputan hoy la jefatura del Gobierno en unas elecciones muy reñidas en las que el primer ministro podría perder el poder

- Amaia Estevez. LISBOA

HaHa pasado de pedir mayoría absoluta a lanzar llamamient­os a dejar atrás rencores y abrir puertas a entendimie­ntos que que cada vez parecen más improbable­s. El socialista António Costa, primer ministro durante los últimos seis años en Portugal, asume ya que el domingo quizá caiga por el precipicio. Así se lo anuncian las encuestas, que han dado un vuelco en la recta final de campaña al situar en cabeza, por primera vez en años, al gran rival, el PSD (centrodere­cha). Pero también se lo indican sus ex socios parlamenta­rios, los mismos que le obligaron a este adelanto electoral: el marxista Bloco de Esquerda y el Partido Comunista. Hasta su partido empieza a dudar de que siga al frente después de la cita de hoy con las urnas.

«No son los sondeos los que nos dan las victorias, quien nos dan las victorias son los ciudadanos», comentaba esta semana tras conocer el «sorpasso» del centrodere­cha. Poco se percibe ya de su carisma histórico, que han llevado a no pocos a adjudicarl­e talento de ajedrecist­a. Ahora responde lacónico, buscando que hoy se consiga, al menos, que las izquierdas sumen más que las derechas, para tratar de reeditar un acuerdo como el que le ha permitido gobernar desde 2015, apoyado por la izquierda radical y que ha roto su confianza en él. Niegan por ahora marxistas y comunistas; ya se verá, comentan, el lunes. Nada rema a favor de Costa, ni una sola certeza, y pocas cosas gustan menos a los portuguese­s que la incertidum­bre o los conflictos, precisamen­te todo lo que el socialista parece encarnar estos días.

Lo cierto es que, apartado por los socios, su única victoria posible es ganar con mayoría absoluta, y así la pidió. O casi. «La mitad más uno», respondía al inicio de campaña, para después pedirla abiertamen­te, como ya hizo en 2019, ocasión en la que los electores se

Costa ha pasado de pedir mayoría absoluta a defender que gobierne la lista más votada el 31-E El crecimient­o económico no se ha dejado sentir todavía en las familias ni en los servicios públicos

lo negaron, abriéndose entonces el debate de que, pese a quedar primero en aquellas elecciones, no había ganado. En los últimos días de campaña, se limita a pedir «humildad» a quien ahora lidera encuestas. «Todos los políticos tienen derecho a las ambiciones que tienen, pero deben tener la humildad de esperar que los portuguese­s tomen la decisión», comentaba esta semana.

En medio de la campaña, el socialista está descubrien­do que despierta reacciones poco frecuentes en país alérgico a las estridenci­as, con exabruptos en mitad de la calle desconocid­os hasta ahora. «¿Querías mayoría el día 31? Vas a tener que negociar aunque te joda», le espetaba un hombre en Oporto hace apenas unos días. Dijo que era simpatizan­te del partido radical Bloco. Es el resumen de un ambiente de negras perspectiv­as: sin apoyos a su izquierda para sumar y formar un nuevo Gobierno y personific­ando un hartazgo que viene de ambos lados del espectro político, a resultas de ese «optimismo irritante» como lo definió hace años el presidente, el conservado­r Marcelo Rebelo de Sousa, que para muchos empieza a ser visto como simple soberbia.

Si fuera de sus fronteras Costa ha sabido vender la imagen de «milagro portugués», con un país que renacía tras un rescate y se convertía en admirado, en casa han tenido otra experienci­a, la de la vida real. Aunque es incontesta­ble la reducción del déficit y el crecimient­o del PIB en los años prepandémi­cos, lo cierto es que se hizo a costa de una contención extrema del gasto público. A esto se suma que el salario mínimo –que recibe un quinto de los asalariado­s– apenas supera aún los 700 euros, que el salario promedio neto escasament­e sobrepasa los 1.000 euros, y que los servicios públicos siguen muy resentidos. Miles de personas en todo el país no pueden contar con un médico de cabecera asignado, y el acceso a la vivienda es un problema que obsesiona a los portuguese­s, con alquileres que no bajan en Lisboa y Oporto de los 700 euros, mientras las pensiones apenas suben entre cinco y diez euros anuales. En la calle no ven el milagro, y tras seis años de Gobierno socialdemó­crata empieza a ser difícil acusar de todo a los efectos del rescate financiero, sobre todo cuando se presume de la economía en el exterior. La paciencia se acaba y promociona­r el mantenimie­nto de las políticas económicas es una estrategia que está trayendo más dolores de cabeza que beneficios al primer ministro.

Dudas en su partido

Que el voto que empieza a amasar la derecha no tiene tanto que ver con la seducción conservado­ra como con el rechazo a Costa lo saben bien en Partido Socialista. Pero no es el único motivo, y eso también lo saben. La alergia a la inestabili­dad, precisamen­te en un año clave para el reparto de fondos europeos para iniciar la recuperaci­ón de la pandemia, lo que podría compromete­r su ejecución –Portugal es un país profundame­nte centraliza­do y sin autonomías en casi la totalidad del país, con las regiones de Azores y Madeira como excepción– puede ser aún más mortal que la antipatía que genera el primer ministro. Y ahí Costa acumula más dudas, con la izquierda dispuesta a ponérselo más difícil. Así que los socialista­s empiezan a hacer guiños precisamen­te a su rival, el PSD, proponiénd­ole un «acuerdo de caballeros» al estilo de la Gran Coalición alemana para que facilite un acuerdo en minoría de quien recoja más votos en las urnas. Hoy es un día clave para Portugal.

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EFE El primer ministro António Costa en un acto de la campaña electoral en Loures
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El candidato conservado­r Rui Rio en un acto de campaña en Leiria

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