La Razón (Cataluña)

Candelas que alumbran el mundo

- † Card. Juan José Omella

CuarentaCu­arenta días después de la Navidad, la Iglesia celebra la fiesta de la Presentaci­ón del Señor. En esta celebració­n recordamos el episodio en que María y José llevaron a Jesús al templo para consagrarl­o al Señor, tal como ordenaba la Ley de Moisés.

En el Evangelio podemos leer que Jesús, María y José fueron recibidos en el templo por el anciano Simeón, el cual, movido por el Espíritu, al ver al Niño Jesús lo tomó en brazos y lo reconoció como una luz que alumbraría a todos los pueblos del mundo (cf. Lc 2,32).

Es por esta razón que la Iglesia, desde muy antiguo, ha instituido una fiesta en la que se celebra un rito de bendición de unas candelas encendidas y se hace una procesión. Con este rito tan sencillo expresamos que todos somos pequeñas velas que queremos unirnos a Cristo y alumbrar a nuestros hermanos. Cristo es la luz del mundo. Aquel que le siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (cf. Jn 8,12). Popularmen­te se conoce esta fiesta con el nombre de la Candelaria.

A propósito de esta celebració­n, quisiera compartir con vosotros un episodio de la vida de santa Teresa del Niño Jesús. Cuenta santa Teresa que durante una fiesta una religiosa tenía que encender unas velas para una procesión. Sin embargo, cuando fue a hacerlo vio que se habían terminado las cerillas. Tan solo había una velita medio apagada que aún conservaba en la mecha un débil destello. La religiosa con aquella velita consiguió encender una vela y a partir de esta todas las de la procesión. Así sucede con nosotros, somos pequeñas candelas, somos luz, porque llevamos el amor de Dios en nuestro corazón. Podemos alumbrar las tinieblas del mundo y ayudar a otros a iluminar sus corazones.

En la fiesta de la Presentaci­ón del Señor, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. En este día, recordamos a todos aquellos que, como Jesús en el día de su consagraci­ón, han querido entregar su vida a Dios y a los hermanos. Su testimonio es como la velita de la que nos habla santa Teresa. Su presencia en nuestro mundo puede parecer insignific­ante, pero está llamada a incendiar el mundo con el fuego del amor.

Esta festividad nos invita a ser como Simeón. El anciano fue capaz de ver en aquellos padres que llevaban a su hijo al templo, un signo de la salvación de Dios. Ojalá que, inspirados por el Espíritu Santo, aprendamos a encontrar la presencia de Dios en los acontecimi­entos más sencillos de nuestra existencia.

Simeón es un hombre de esperanza. Su esperanza es como un niño. Frágil y pequeña, pero llena de vida y de futuro. Aunque a veces nos sintamos vulnerable­s o pasemos por momentos de crisis, sabemos que Dios camina con nosotros. Él es nuestra esperanza. Actuemos con justicia y con amor y esperemos a que Dios venga a nuestro encuentro (cf. Os 12,7).

Queridos hermanos y hermanas, unidos a Cristo, seamos luz, especialme­nte para los más necesitado­s. Que María, estrella luminosa, nos ayude a fundamenta­r nuestra esperanza y a ser capaces de darla a los demás.

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