Copla y zarzuela, ¿sumisión o protesta?
► Contaban historias truculentas de mujeres fuera de la moral y consiguieron un éxito arrollador que entonaba toda España mientras trabajaba. Un libro se acerca ahora a estas «canciones para seguir adelante»
HistoriasHistorias tremendas de mujeres mal vistas. Para algunos, una poética de sumisión de la mujer, para otros, una burla rayana en la protesta que daba voz a quienes no la tenían. La copla, la zarzuela y el cuplé estaban gobernados por una ambivalencia que hacía romántico el amor más tóxico y al mismo tiempo mostraba orgullosas a ellas, que, o habían fracasado en el amor, o no aceptaban la condena social asociada a esas relaciones sentimentales. Fueron, además, las canciones de trabajo para varias generaciones, que entonaban durante la faena los estribillos de «La zarzamora», «María de la O» o «La verbena de la Paloma», cantadas por hombres pero también por mujeres que maldecían su suerte en la vida real mientras pasaban la fregona y que hacían de estas historias su protesta íntima y el aliento para seguir adelante. Canciones para seguir, como acto de resistencia, pero, ¿de sumisión o de protesta?
De dicha enorme ambivalencia habla Lidia García, autora del libro «¡Ay, campaneras!» (Plan B), que no pone al género chico frente a un tribunal moral, sino que, explica, sitúa al hecho cultural en su contexto: «Creo que apreciar la cultura que hicieron quienes nos preceden no es un acto nostálgico, sino que nos puede ayudar a apreciar cómo pudieron vivir en aquellas circunstancias». Y no es solo que la escritora y divulgadora sobre cultura popular, nacida en 1989, pueda mirar sin prejuicios al género chico, es que «se trata de un fenómeno complejo en el que hay luces y sombras». Ese amplísimo repertorio fue «la caja negra de la emoción de España», como lo definió Manuel Vázquez Montalbán en dos obras, de 1972 y 2000, que despojaban a la lírica de esos años de sus connotaciones de «banda sonora del franquismo» y contribuían a rehabilitar para la mitad de los dueños de ese cancionero, ideológicamente en la izquierda, todo aquel patrimonio que sentían ajeno.
«Creo que hoy podemos mirarlo como lo que fue, un fruto de su tiempo dentro de los cánones y la moral de la época en las que encontramos la ideología dominante pero también unos rayos de luz inesperados en los que piensas, ¿cómo se podía hablar de eso?
Burlándose. Sin duda, hoy se puede mirar desde otro lugar todo el fenómeno», dice Lidia García, que creció con la copla en la voz de su madre y a la que regresó como objeto de estudio con el recuerdo de la truculencia de los textos y las historias de venganza. «Me llamaba la atención cómo estaban casi siempre protagonizadas por mujeres que se salían de los cánones de lo bien visto y me preguntaba cómo podían tener éxito cuando se trataba de madres solteras, prostitutas, adúlteras, que eran lo contrario de lo que la moral de la época esperaba de la mujer. Precisamente porque eran historias que necesitaban ser contadas», comenta en conversación teléfonica.
Soltera, no: solterona
«Las mujeres de la copla que se salen de los estrechos senderos de la respetabilidad resultan simpáticas, nos gustan y tienen su voz. Por tanto, en esa ambivalencia está el interés del género», asegura la escritora. Sin embargo, ni siquiera era necesario ser adúltera o prostituta para que una estuviera mal vista. La condición de soltera era sospechosa y se convertía en el epíteto «solterona». «La figura me interesa muchísimo precisamente porque es el contrarrelato de quien ha fracasado en ese discurso del amor romántico. En la copla encontramos canciones en las que la soltería se llora como la peor pena que puede tener una mujer, lo que tiene valor testimonial de cómo se sufría por eso en la época. Pero hay otras en las que se trata de una manera cómica y ligera y donde se utiliza el humor para burlarse de la imposición social. ‘‘¿Casarme yo? Soltera ‘‘p’a toa la vida’.’ Me parecía muy interesante que a través de las canciones se canalizasen cuestiones tan problemáticas».
Porque uno de los combustibles de este cancionero es el amor, pero uno muy mal entendido. ¿Cómo reprocharle nada a quien huye de que la quieran mal? «Esa idea está constantemente, la del amor romántico que supone una entrega absoluta. Rafael de León –el poeta
«Esas canciones daban voz a las mujeres que se salían de la moral», dice la escritora Lidia García
de la copla– utiliza metáforas relacionadas con la religión, como el sacrificio, la entrega, la mortificación, que son tremendas pero muy atrayentes. Por un lado hay una romantización de sufrir por amor y renunciar a una misma por un te quiero, algo negativo, pero por otro te está enseñando cómo se quedan las mujeres de destrozadas por la toxicidad, lo que supone una crítica», señala García. No hay que olvidar que casi todos los autores eran hombres. «Pero en el caso de de León, como homosexual de la época, se dan ciertas complicidades. Puedes leer ‘‘Tatuaje’’ con una mujer de protagonista, pero también puedes ver el bar de marineros con un subtexto gay clarísimo. Lo que valía para unas, podía valer para otros». ¿Percibían las mujeres como denuncia todo este desgarro? «Creo que el hecho de que las sintieran como propias y las reprodujeran una y otra vez significa algo. Vázquez Montalbán hablaba de la segunda vida de las canciones, que distingue lo que pensaba el que las escribió de lo que piensa la gente cuando las reproduce y las tararea. En ese sentido, sí creo que a través de la copla se canalizaron muchos sentimientos de frustración de la situación en la que vivía la mujer».
Es decir, que sirvieron para cierta protesta: «Ahí están las letras que hablan de abandonos, de malos tratos, de madres solteras, de mujeres que asesinan a los hombres, claro que late una cierta protesta». Por otra parte, como género popular, se basan en el mismo fundamento del pop y del rock: así, la identificación del oyente con la obra y su libre digestión son lo importante.
La fascinación de Nietzsche
No todos los argumentos hablaban de amor. Dicen que Nietzsche se quedó fascinado por una zarzuela de Federico Chueca. «Le escribió una carta a un amigo diciéndole que era los más brutal que nunca había visto y que los españoles estaban locos. Se quedó fascinado porque vio la ‘‘Jota de las ratas’,’ que es una celebración de tres rateros que salen contando cómo roban, explicando sus técnicas y burlándose de la policía, a los que terminan encerrando en una celda. Y se quedó flipado. Por eso han pervivido, por canalizar cómo se sentían gentes que no estaban representadas en ninguna parte».
Y no podemos terminar sin hablar del erotismo del cuplé que, en los años 70, hizo explotar toda la energía acumulada por la frustración de las mujeres. «Digamos que lo que antes estaba en una metáfora se vuelve mucho más explícito. Es interesante que en el principio de siglo estaba la sicalipsis pero luego se rescata a finales de los 50 y 60 bajo la censura. Y en los 70 se recupera en la revista, con María José Cantudo o Esperanza Roy. Por una parte hay liberación, pero, como siempre, con cierta ambivalencia, porque se libera solamente el cuerpo femenino, que termina por sexualizarse», apunta la escritora. Así que, entre liberación y dominación, las coplas, como la vida, «dan una de cal y otra de arena», ríe Lidia García.