La pared sin fin de «la montaña desnuda»
► La vertiente de Rupal del Nanga Parbat, un abismo de 4.500 metros, está marcada por la primera ascensión de los hermanos Messner en 1970
AWillyAWilly Merkl, uno de los alpinistas pioneros que intentaron la ascensión del Nanga Parbat (8.125 metros) en los años 30 del pasado siglo, la visión de la cara sur de «la montaña desnuda» (que ése es su significado en urdu) le cortó la respiración en 1934. Era su segunda expedición –tras desistir dos años antes– y moriría en el intento, junto con otros tres escaladores y seis sherpas. Una tragedia más, ni la primera ni la última, en la que comenzaba a labrarse el sobrenombre de «la montaña asesina».
Aunque la ruta de ascenso de esa expedición no discurrió por la vertiente meridional, Merkl dejó por escrito la imborrable impresión que le produjo la cara sur del Nanga: «Esto es lo más grande que hemos visto en nuestra vida. Nunca nos hemos sentido más minúsculos que ante el incomparable tamaño de esta montaña». «Es seguramente la pared más impresionante de la tierra», anotó en su diario, que se plasmaría a título póstumo en el libro «Un camino al Nanga Parbat».
De la dimensión del desafío baste apuntar que la pared de Rupal –un abismo de 4.500 metros– no sería ascendida por primera vez hasta 36 años después y que hoy, todavía nadie la ha completado en invierno. Hace días, dos alpinistas de élite –el alemán David Göttler y el italiano Hervé Barmasse– fueron los últimos en arrojar la toalla, tras conseguir ascender más de la mitad de la temible vertiente y alcanzar los 6.200 metros.
Vencidos por una nada halagüeña previsión meteorológica que anunciaba vientos huracanados de 70 a casi 200 kilómetros por hora a consecuencia del «Jet Stream» –la temida corriente de aire gélido que a menudo barre las montañas a partir de los 7.000 metros–, los dos alpinistas decidieron dar por concluido su valiente pulso a la pared de las paredes.
«Creo firmemente que gran parte de la vida sucede como resultado de las decisiones que tomamos», escribió el 23 de enero en su perfil de Facebook Göttler, que hizo suyas las palabras del novelista japonés Eiji Yoshikawa para expresar por qué había llegado el momento de desistir: «No haré nada de lo que me arrepienta».
Su compañero Hervé Barmasse también dejo constancia de que el obligado paso atrás no le impedía seguir defendiendo su credo alpinístico y se mostró convencido de que «se puede escalar el muro más grande del mundo en invierno y en un estilo alpino limpio y ligero» (con el material imprescindible a cuestas y sin instalar cuerdas fijas ni campamentos de altura). «No es fácil, pero el límite, si hay uno, es el buen tiempo que nunca aparece...», se resignó. «Para mí, el montañismo es y seguirá siendo esto. Exploración y aventura. Pero ahora, con amargura, tenemos que decir adiós a nuestro sueño».
Con su retirada de la montaña, la vertiente de Rupal sigue siendo uno de los mayores retos invernales en las expediciones a los ochomiles, una vez que en 2016 el Nanga Parbat fue ascendido por fin en invierno por Simone Moro, Ali Sadpara y el lemoarra Alex Txikon.
Pero la historia alpinística de esta pared interminable está marcada, sin duda, por la trágica primera ascensión, en 1970, de los hermanos Messner, que le costaría la vida a Günther en un dramático descenso. Un fantasma que siempre ha perseguido a Reinhold Messner, el primer hombre en coronar los catorce ochomiles, y a quien se acusó injustamente de haber abandonado a su suerte a su hermano. Ocho años después, regresó en solitario a ascender el Nanga Parbat, aunque ya no por la cara sur, intentando dejar atrás un sentimiento de culpa que, tal y como confiesa en su autobiografía («Mi vida al límite», Ed. Desnivel) al periodista de «Der Spiegel» Thomas Hüetlin, «forma parte de la tragedia de cada superviviente».
Durante 40 días, la potente expedición alemana con los hermanos Messner se esforzó por vencer a la terrible pared sur del Nanga
Parbat, un «flanco terriblemente empinado», 4.500 metros «de hielo escarpado y rocas difíciles» por la que los alpinistas escalaron y descendieron una docena de veces hasta el ataque final.
«Preparamos la pared antes con cuerdas fijas, establecimos campamentos y exploramos y preparamos la ruta», recordaba el propio Reinhold Messner en «Sólo», el relato de la primera ascensión en solitario a la considerada como «montaña del destino» de los alemanes por los numerosos compatriotas que allí perdieron la vida.
Para Messner, sin embargo, ese hito no sólo cambió su destino sino que fue un punto de inflexión que le alejó a partir de entonces progresivamente de las grandes expediciones, cada vez más en busca de un estilo alpino, ligero y autónomo. Mucho tendría que ver en esa decisión la polémica generada después de que el jefe de la expedición, el doctor Karl Herrligkoffer, y varios compañeros, lo acusaran de haber sacrificado a su hermano por llegar a la cumbre.
Herrligkoffer, un férreo organipo zador de expediciones manu militari, no era alpinista, y ya se las había tenido tiesas con el gran Herman Buhl, que en 1953 se convirtió en el primer hombre en pisar la cima del Nanga Parbat tras ignorar las órdenes de Herrligkoffer y protagonizar un heroico ataque a la cima en solitario del que regresó con vida 41 horas después.
Herrligkoffer había convenido que si había previsión de mal tiemlanzarían tiemlanzarían desde el campo base una bengala roja, que sería azul en caso de buen tiempo. Únicamente si el pronóstico era desfavorable Messner podía intentar solo la cima. Por error, se lanzó una bengala roja pese a que se esperaban unas condiciones favorables y Messner partió de madrugada hacia la cumbre.
Su hermano Günter, que debía esperarlo en el campamento, siguió su huella y juntos llegaron a la cima. Era el 27 de junio de 1970. Pero sin cuerdas, se vieron obligados a bajar por la vertiente del Diamir, la cara oeste de la montaña. Un agónico descenso en el que el pequeño de los hermanos, cada vez más debilitado por el mal de altura, terminó falleciendo engullido por una avalancha. Sus restos no se encontraron hasta 35 años después. Reinhold Messner perdió siete dedos de los pies y la experiencia le marcó para el resto de su vida. La temible pared de Rupal había sido vencida, pero el precio –como sucede a menudo cuando se afrontan retos que parecen imposibles– había sido demasiado alto.