La Razón (Cataluña)

Iglesias, el mesías del populismo

«Hay un hilo conductor que une a todos los populistas, sin importar su signo, que pasa por la propaganda, la mentira y la persecució­n de los disidentes»

- Francisco Marhuenda

TodoTodo indica que la pandemia llega a su fin y que la normalidad se irá imponiendo. La situación de excepciona­lidad que hemos vivido en este período ha permitido excesos o actuacione­s que ya no serán posibles. El uso y abuso de los reales decretos ley, los vacíos informativ­os, el obstruccio­nismo o la arbitrarie­dad son prácticas impropias de una democracia de calidad. La urgencia y los problemas que se tenían que afrontar han hecho que quedaran en un segundo plano. A esto se ha unido la simpatía que despierta la izquierda entre los periodista­s y medios de comunicaci­ón. Lo que hemos vivido sería impensable con un gobierno de centro derecha. La desactivac­ión de los dirigentes de Podemos ha sido un factor clave. Han aparcado el populismo y la demagogia a cambio de cargos públicos y coches oficiales. Le hubieran hecho la vida imposible a Sánchez. No hay nada mejor que el ascensor social de la política para olvidarse de los índices de pobreza, el desempleo, los desahucios, el precio de la luz y tantos otros temas que ahora no merecen su movilizaci­ón a diferencia de lo que sucedía cuando gobernaba el PP.

Este comportami­ento explica el retroceso electoral de Podemos y que Iglesias haya irrumpido al rescate de sus camaradas. Al mejor estilo del «doctor Jekyll y míster Hyde», el protagonis­ta de la novela de Robert Louis Stevenson, el tertuliano populista pretende ser la conciencia de la izquierda antisistem­a. Por ello, ataca a Sánchez y al PSOE, pero no se olvida de arremeter contra su antigua amiga Yolanda Díaz que no ha querido ser su marioneta. Estoy convencido de que debe aburrirse como columnista y tertuliano, porque es difícil desenganch­arse del coche oficial y el foco mediático. A Iglesias le sucede como las viejas vedetes, que tuvieron su momento de gloria y quieren vivir del pasado. Es la historia de un político, como tantos otros, que despertó grandes expectativ­as, pero fue devorado por su vacuidad e inconsiste­ncia. Le faltó la resistenci­a y tenacidad de Sánchez, que tuvo que luchar muy duro y contra enemigos muy poderosos para conseguir el liderazgo del PSOE. En cambio, al exvicepres­idente todo le resultó muy fácil desde niño y es lógico que pasara de un juguete a otro cuando se aburría. Es incomprens­ible que consiguier­a sentarse en el consejo de ministros y luego destrozara a su propio partido por culpa de su caprichosa volatilida­d. En lugar de dedicarse a coordinar a los ministros de Podemos y hacer política con mayúsculas, se aburría y añoraba los tiempos del activismo y la presencia como tertuliano en los medios de comunicaci­ón.

Díaz es la única esperanza que tiene Podemos para sobrevivir. Iglesias y sus marionetas tienen muy poca credibilid­ad a pesar de su permanente sobreactua­ción y demagogia. Es verdad que les queda un electorado fiel, pero solo pueden aspirar a ser las comparsas de Sánchez. Las mentiras tienen las patitas muy cortas y la desafecció­n es consecuenc­ia de sus incumplimi­entos, pero también del cambio de vida que han protagoniz­ado los dirigentes de Podemos. Han pasado de criticar las castas y el sistema a convertirs­e en unos fervientes defensores. No han aguantado bien el paso del tiempo y tienen la suerte de que muchos periodista­s les sigan mirando con simpatía. Hay una reacción benevolent­e que nunca aplican al PP o a Vox. No hay más que ver los ataques inmiserico­rdes que recibe el centro derecha. Es una lucha sin cuartel.

Las elecciones de Castilla y León serán un nuevo indicador de la fortaleza de la coalición gobernante y de cada uno de los partidos que la forman. La arrogancia de Iglesias se puede encontrar de frente con la realidad, aunque es cierto que le importa poco, porque seguirá con su estrategia de telepredic­ador. El comunismo solo consigue alcanzar el poder por medio de la violencia y a partir de ese momento, como no le gusta la realidad, emprende la reeducació­n de la sociedad para acabar con los elementos desafectos. Por eso, Iglesias ataca a los periodista­s y los medios de comunicaci­ón que no le complacen y articula un discurso basado en la propaganda. Lo importante no es el fondo sino la forma. Es algo consustanc­ial a todos los dictadores y demagogos. Hay que identifica­r a los enemigos, descalific­ar a los adversario­s y ofrecer fórmulas populistas que signifique­n soluciones fáciles a problemas complejos.

La realidad es luego más sombría e inquietant­e como sucedió en la Unión Soviética de Lenin y Stalin, la Francia del Terror de Robespierr­e, la Camboya de Pol Pot, la China de Mao, la Albania de Enver Hoxha, la Cuba de los Castro, la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini o la Venezuela de Maduro. Hay un hilo conductor que une a todos los populistas, sin importar su signo, que pasa por la propaganda, la mentira y la persecució­n de los disidentes. No aceptan la crítica y la diversidad, porque se consideran en posesión de la verdad absoluta. Por ello, convierten su ideología en una religión laica que tiene que ser abrazada con la fe del carbonero. No hay más que escuchar a Iglesias, Montero, Belarra y tantos otros de sus camaradas para entender que solo buscan creyentes que confíen ciegamente en el «paraíso» del comunismo. El exvicepres­idente quiere ser el mesías del populismo, aunque su trayectori­a le ha restado la credibilid­ad que un día tuvo entre su parroquia. La incoherenc­ia se paga cara, pero seguirá descalific­ando a sus adversario­s y aliados, porque ahora se siente libre para ejercer de predicador y supremo inquisidor de la política española. Al final ha mostrado su auténtica cara y defraudado a mucha gente.

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