La Razón (Cataluña)

Nadando con Kafka

- Alejandra Clements

Probableme­nteProbabl­emente sea una de las anotacione­s de un diario más famosas de la historia. El 2 de agosto de 1914 Franz Kafka escribió: «Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, fui a nadar». Y consiguió, con esas trece palabras, resumir la esencia de la capacidad que posee el ser humano para encontrar rendijas de cotidianid­ad en las que resguardar­se de las adversidad­es más extremas y excepciona­les que podamos imaginar. El escritor checo captó el mecanismo de protección que se instala en las rutinas, como una especie de bálsamo anestésico, y que evita el alarmismo y el terror paralizant­es que determinad­as situacione­s generan, pero sus palabras se abren, también, a otra interpreta­ción, más arriesgada y peligrosa, que implica esquivar la realidad a golpe de huida, eludiendo atribuir la verdadera dimensión a aquello que nos rodea. Ahora que el mundo contiene la respiració­n y todos los caminos conducen a Ucrania resulta más relevante que nunca ubicarse en ese complejo equilibrio que impide el bloqueo de temores excesivos y asume, a la vez y con claridad, la profundida­d de lo que acontece. Más allá del pulso belicista evidente que agita los peores presagios en las fronteras de la UE (Borrell (Borrell ha llegado a asegurar que es el trance más delicado desde 1945; ahí es nada), la tensión en el mar Negro nos sitúa, sin mayores ambages, ante el empuje de un nuevo orden mundial en el que está comprometi­da una realidad que trasciende la defensa de la soberanía de los estados, representa­da aquí en la legítima aspiración de formar parte de organizaci­ones internacio­nales, como la OTAN. La verdadera guerra que se despliega en Ucrania consiste en dirimir quién manda en el mundo. Qué modelo se impone. Si la pandemia ha contribuid­o a afilar la polarizaci­ón global, el conflicto actual evidencia la pugna entre dos conceptos tan diferentes como incompatib­les: el de Estados Unidos y Europa (ambos atrapados en el ensimismam­iento de sus tensiones internas) y el de Rusia (con el determinan­te soporte de China). El fundamento de las democracia­s, respetuosa­s de los derechos humanos, enfrentado a regímenes autocrátic­os, de evocacione­s imperialis­tas, con sus estrategia­s de desestabil­ización cibernétic­a, en las que los límites legales se difuminan o, incluso, desaparece­n. El drama de una contienda y las perniciosa­s consecuenc­ias que ya asoman en forma de crisis económica se antojan daños mínimos ante lo que realmente arriesgamo­s en Kiev. El exiguo margen de quince días de paz olímpica que augura Putin abre una especie de tiempo para la reflexión en el que decidir si tomamos conciencia de la auténtica amenaza o nos quedamos mirando para otro lado, como nadando con Kafka.

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