La Razón (Cataluña)

La gran creación de Ana Parera y Toni Nadal

► Un ejemplo para todos. Rafa es humildad, constancia, profesiona­lidad, sacrificio, deportivid­ad, capacidad de superación, sensatez... marca España

- Eduardo Inda

FueFue en la final de la Davis de Sevilla 2004 cuando certifiqué que lo de Nadal iba a ser una salvajada de carrera. Y eso que los insiders de la raqueta no paraban de hablar del «sobrino de Miguel Ángel Nadal» y que Nike, que donde pone el ojo pone la bala, lo había fichado para su cuadra antes de cumplir 10 añitos. El capitán de la Armada, Jordi Arrese, se la jugó aquel diciembre de 2004 en el segundo partido frente a Andy Roddick, número 2 del planeta. Todos pensamos que se había vuelto tarumba. Sentó en el banquillo a un Ferrero que un año antes era líder del ranking ATP y alineó en su lugar a un adolescent­e con nula experienci­a en la élite. Moyá había debutado con victoria, perder el segundo individual complicarí­a enormement­e las cosas, ya que enfrente teníamos a los mejores doblistas del mundo: los hermanos Bryan. El genio de Manacor sucumbió en el primer set, pero no se vino abajo, siguió peleando, se anotó el segundo, venció por los pelos en el tercero y se paseó en el cuarto. Había nacido una estrella.

Casi medio año después se estrenó en Roland Garros. Empezó a devorar el cuadro como el caimán que es y se plantó en la finalísima, en la cual tuve el honor de estar invitado por la familia. Al igual que le ocurrió ayer y tantas veces, dejó escapar el primer set. Su rival, un Mariano Puerta que luego se descubrió que iba dopado hasta las trancas, pensó que el rival sería pan comido. Pero no contó con que al otro lado de la red estaba el Rocky de Manacor, un tipo con un físico superdotad­o, con el mejor drive de la historia y, por encima de todo, con una fortaleza mental y una resistenci­a prodigiosa­s. El primer Grande ya estaba en el bolsillo. Aquellas Navidades temimos que el proyecto de campeonísi­mo se iba al carajo. Una lesión en el pie dibujó un horizonte plagado de nubarrones. Hubo quien habló incluso de retirada. Pero se sobrepuso y el verano posterior conquistó su segundo Roland Garros y se plantó en la final de Wimbledon. Tuvo contra las cuerdas a Federer, pero el grado que es la experienci­a desequilib­ró el torneo a favor del suizo. Aquella tarde noche nos congregamo­s en la casa aledaña al All England Club que le habían cedido con la intención de ver la final del Mundial 2006, la del cabezazo de Zidane. Rafa estaba de un humor de perros. La buena noticia es que se percató de que la hierba no era territorio comanche. Dos años después se inició el despegue definitivo de una carrera que le ha llevado a ser el mejor de todos los tiempos al vencer en Wimbledon a Federer en otra final épica que duró más de siete horas por las interrupci­ones provocadas por la lluvia. Las pelotas se divisaban con dificultad a pesar de la luz artificial pero a las 21:16 dimos fe de que sería tan grande o más que el de Basilea. Aquello eran palabras mayores, había doblado al pulso al número 1 en el partido más increíble que vi jamás.

Ahora que todos ensalzan lo maravillos­amente perogrulle­sco, sus 21 Grand Slams, servidor prefiere centrarse en lo que desprenden moralmente esta victoria y las 20 anteriores. Espero que para la posteridad queden más sus valores que sus títulos. Rafa es el mejor ejemplo para nuestros hijos en estos tiempos de penumbra. No está de más sublimar su humildad, su constancia, su espíritu de sacrificio, su profesiona­lidad, su capacidad de superación, su deportivid­ad y su sensatez. Esto es marca España y lo demás, desde la tal Rigoberta Bandini hasta Pablo Iglesias pasando por raperos, titiritero­s y perroflaut­as varios, tonterías. Un prodigio cuyos dos grandes culpables son su maravillos­a madre, Ana Parera, la responsabl­e del Rafa ser humano, y Toni Nadal, el hombre que forjó al campeón con enseñanzas tenísticas y también éticas. Una leyenda que empezó a cimentarse la tarde en la que su tío le espetó: «Si tiras una sola vez la raqueta, te dejaré de entrenar». Sobra decir que jamás la lanzó contra el suelo ni por los aires. Gracias, Ana, y gracias, Toni, sin vosotros este milagro hubiera sido física y metafísica­mente imposible.

Espero que para la posteridad queden más sus valores que sus títulos»

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Rafa, instantes después de ganar la final del Open de Australia a Medvedev
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