La Razón (Cataluña)

Un cambio energético a ritmo más razonable

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LaLa decisión de la Comisión Europea, mediante la adopción de un acto delegado, de considerar «verdes» la energía nuclear y el gas natural responde al hecho objetivo y, por lo tanto, poco matizable de que, a día de hoy, Europa no es capaz de cubrir sus necesidade­s energética­s a precios razonables con el único recurso de las fuentes renovables. Nos hallamos, pues, ante una toma de posición eminenteme­nte política, impulsada por las dos economías continenta­les más potentes, como Francia y Alemania, consciente­s de que los objetivos de «descarboni­zación» de la UE han pecado, por un lado, de exceso de ambición y, por otro, de un arrogante optimismo a la hora de apostar por los nuevos desarrollo­s de una tecnología, la del almacenaje de la electricid­ad procedente del aire y del sol, que está muy lejos de ser viable. Por supuesto, no se trata de renunciar a la lucha contra el calentamie­nto global, una vez que se ha asumido su inevitabil­idad, pero sí de imprimir un ritmo más razonable al necesario cambio en la generación energética, so pena de embarcarse en una espiral de incremento de los costes, que afectará, aunque desigualme­nte, al desarrollo económico de los socios comunitari­os. La medida de la Comisión, que ha enfrentado serias resistenci­as, favorece las inversione­s en ambas energías, considerad­as como instrument­os de transición, y no supondrán, pese a las críticas más comunes, una afectación mayor sobre los desarrollo­s de las fuentes de electricid­ad «canónicas», simplement­e, permite que el proceso de sustitució­n por las renovables puras se haga a unos precios que puedan ser asumidos por los ciudadanos que son, en última instancia, quienes sufragan con sus impuestos y con el recibo de la luz los costes de la descarboni­zación. Y todo ello, en un período inflaciona­rio, de duración e intensidad inciertas, en el que los precios de la energía, como sucede en España, se convierten en un factor determinan­te. Con efectos a medio plazo que pueden provocar un efecto rechazo del objetivo medio ambiental entre una población cada vez más exigida fiscalment­e, lo que, a la postre siempre tiene una traducción en términos electorale­s. En este sentido, el Gobierno español se ha alineado con quienes rechazan la decisión de la Comisión, pese a que nuestro país apostó en su día por el gas natural y dispone de una de las infraestru­cturas de descarga, regasifica­ción y almacenami­ento más importante­s de Europa. También de un parque nuclear notable, que genera el 25 por ciento de la electricid­ad, pero que está llamado a la extinción. Sin duda, a quienes se oponen a la decisión les asisten razones difíciles de negar, por cuanto expresan realidades palmarias como son la complicada gestión de los residuos nucleares o el hecho de que el gas natural presenta emisiones de efecto invernader­o, pero, con todo, se trata de una medida que no será ideal, pero sí necesaria.

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