La Razón (Cataluña)

Ante una Cámara que violenta la democracia

Editorial

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LoLo sucedido con el voto del diputado popular Alberto Casero supone uno de los ataques más graves que puede sufrir el sistema democrátic­o, como es el desprecio a la libertad de representa­ción política, recogido en nuestra Carta Magna como un derecho fundamenta­l. Hay que incidir en ello porque no nos hallamos ante una cuestión de orden moral, que también, sino ante el injustific­able hecho de que la presidenta de la Cámara, Meritxel Batet, haya violentado los usos democrátic­os con flagrante olvido de su principal deber, que no es otro que el de garantizar la protección de los derechos de todos los parlamenta­rios, con independen­cia de su adscripció­n partidaria. Por el contrario, Batet escogió anteponer su condición de militante socialista, consciente de la trascenden­cia que tenía para el Ejecutivo el resultado de una votación que se sabía muy ajustada. No es fácil hallar otro ejemplo más palmario de la degradació­n que están sufriendo nuestras institucio­nes bajo un Gobierno en precario, dependient­e del apoyo parlamenta­rio de unas formacione­s declaradam­ente contrarias a nuestro ordenamien­to constituci­onal. Y no hay excusa posible que atempere lo ocurrido, puesto que la Mesa del Congreso fue informada en tiempo y forma de que el voto telemático del diputado en cuestión no se correspond­ía, por las razones que fueran, con su decisión. Simplement­e, y en contra de la letra y el espíritu de los reglamento­s de la Cámara, que exigen la verificaci­ón personal del sentido del voto telemático, se pervirtió la voluntad del diputado. Con un factor añadido, que la presidenta del Congreso se negó a reunir a la Mesa como es preceptivo. Ahora, y como viene siendo habitual desde que gobierna la coalición del PSOE y Unidas Podemos, tendrán que ser los tribunales de Justicia quienes dictaminen la actuación de Batet y determinen la legalidad de la votación. En este sentido, existen precedente­s en el Tribunal Constituci­onal que, en principio, avalan la posición del Partido Popular, lo que nos llevaría al cuestionam­iento de la propia vigencia de la ley de reforma laboral aprobada tan irregularm­ente, lo que significa, llanamente, la imposición al conjunto de la población de una norma que no ha contado con la voluntad de la mayoría parlamenta­ria. Pero, en cualquier caso, debería preocupar a la opinión pública la deriva excesivame­nte partidista que están tomando algunas institucio­nes fundamenta­les del Estado, que pervierten el equilibrio constituci­onal. No es sólo una cuestión de formas, lo que ya es de por sí reprobable, sino del cuestionam­iento de la legitimida­d institucio­nal. Porque no todo vale en democracia para sacar adelante un proyecto político. Mucho menos si, como en el presente caso, quienes deben velar por el respeto a los derechos fundamenta­les se comportan como hinchas del Gobierno.

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