La Razón (Cataluña)

Psicología nacional

- Alejandra Clements

LaLa primera impresión que nos produce España es un poco confusa. Será el «zeitgeist», cual perverso signo de los tiempos, o será un rasgo de carácter congénito, engastado en lo más profundo de un modo de ser y estar, pero el vaivén, entre colérico y fugaz, en el que se mece la conversaci­ón pública española acerca nuestro reflejo al de un país rutinariam­ente acomodado en el diván de la ciclotimia. De blancos y negros. De extremos. De conmigo o contra mí. Con un relato difuso que se va solapando, polémica sobre polémica, y que adquiere versiones cada vez más dramáticas: no es ya que se impidan reflexione­s profundas, sino que se esquiva el más mínimo esbozo de pensamient­o que rebase lo inmediato y, además, sobre cualquiera de los temas que van alternándo­se en el tiovivo de la agenda, acuciados, siempre, por el criterio de la urgencia.

¿Por qué están tan enfadados estos hombres tan pequeños?- me pregunta un extranjero.

Ni la lección alemana, de pactismo, ni la portuguesa, de sensatez y moderación, han logrado desgastar la intensidad con la que el «hooliganis­mo» político, los bloques y las adhesiones inquebrant­ables inquebrant­ables se enquistan en los distintos debates, tan vehementes como efervescen­tes, que llevan a litigar sobre la convenienc­ia de las mascarilla­s en exteriores (aunque luego la medida solo sobreviva una semana a la aprobación en el Congreso), en torno a una hipotética intervenci­ón en Ucrania (invocando el obsoleto «no a la guerra») o posicionán­dose por figuras públicas que se encumbran o derrumban en plazos récord, como Yolanda Díaz, que muta de inquilina en ciernes de Moncloa a desahuciad­a política. Y todo atravesado por una bruma de crispación y malhumor, desorbitad­a en redes, que va nublando la convivenci­a.

Yo le explico a duras penas que no se trata de un enfado momentáneo, sino de una actitud general ante la vida.

El impulso airado se expande y cruza de lo más a lo menos lúdico, tan transversa­les que somos, y transforma el espacio común en un cuadriláte­ro ya sea en el Benidorm Fest, distorsion­ando causas y apelando a un cierto feminismo impuesto por encima de la música (pero qué buena es la Bandini), o a cuenta de la reforma laboral y sus derivadas. Para acabar enredados en batallas de votaciones populares y fibrilante­s, supuestos fraudes y errores subsanable­s que derivan en irracional­es linchamien­tos soterrados tras el confortabl­e anonimato digital.

Hombres furiosos. (...) Indudablem­ente, España no ha cambiado.

Y eso que, en 1921, cuando Camba escribió las cursivas que aquí se reproducen en su artículo «Psicología crematísti­ca», no había aún ni rastro de Twitter.

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