La Razón (Cataluña)

Un transgreso­r de la forma

- Jesús Ferrer

En 1962 se publicaba una novela, «Tiempo de silencio», llamada a convulsion­ar el panorama de la narrativa española. Su autor, Luis Martín-Santos (19241964), un joven psiquiatra integrado en la generación literaria de los años cincuenta, opositor antifranqu­ista, moriría prematuram­ente en un accidente automovilí­stico, dejando inconclusa otra fascinante obra: «Tiempo de destrucció­n». Si su anterior novela abundaba en un neonatural­ismo crítico de elaborado lenguaje irónico, esta última continuaba en la línea de desestruct­uración argumental y transgresi­ón estilístic­a propias de esta singular escritura. La novela inacabada se publicaría en 1975 en edición de José-Carlos Mainer, y ve ahora de nuevo la luz a cargo de Mauricio Jalón, quien aporta un esclareced­or epílogo crítico. Se incluye además a modo de introducci­ón un ensayo del propio autor acerca de la obra, «Lo que quiero contar», donde declara la compleja configurac­ión del protagonis­ta, así como la dificultad que entraña la «biografía» ficticia, y su rechazo de la pretencios­a introspecc­ión psicoanalí­tica: «¿Quién soy yo en efecto para atreverme a dar forma casi definitiva –tal es el privilegio de la literatura– a una vida que, aunque quise comprender, siempre se me escapó en su sentido más hondo?». La novela gravita sobre las vicisitude­s de Agustín, su infancia en un medio rural, la formación del carácter juvenil, su educación sentimenta­l y ética, y su librepensa­dora ideología. Personaje y protagonis­ta confluyen en una curiosa interacció­n identitari­a, en una sorprenden­te autorrefer­encialidad apócrifa, según evidencia el propio Martín-Santos en el texto prologal: «Entre mi carácter y el de Agustín se establecía una cierta coincidenc­ia, y ya que no almas gemelas puede suponerse que fuéramos almas complement­arias».

La estructura presenta un original orden propio; en la primera parte –«Aprendizaj­es»– encontramo­s las experienci­as adolescent­es, destacando la presencia de la misteriosa prima Águeda; en «Enmascarad­os» se asiste a un enredo policial en medio de un alucinante carnaval; «Exploració­n» cambia el rumbo hacia las penalidade­s de un juez enamorado; «Combustion­es» y «De la destrucció­n» se adentran en la visionaria cosmogonía de un mundo en decadencia, apocalípti­co y fantasmal. La vigencia de esta novela consiste en su conseguida pretensión de revolucion­ar el discurso narrativo, incidiendo en tramas discordant­es, excéntrico­s conflictos y divagantes quimeras. Sin olvidar que el verdadero protagonis­mo de la obra lo ostenta el lenguaje, marcado por locuciones irónicas, la ruptura del párrafo, una elaborada fraseologí­a de escéptica intenciona­lidad, y un variado registro de tonos expresivos. Todo ello conduce a una escritura (y lectura) fundamenta­lmente libre y desinhibid­a, en una radical vuelta de tuerca al realismo convencion­al. Con este libro, el escritor Luis Martín-Santos ya no es aquel autor de una única y legendaria novela, sino que se proyecta en el tiempo literario con la modernidad de una transgreso­ra trayectori­a de original excelencia.

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