La mujer que acunó al genio
Autores: Texto: Yolanda Pallín, Itziar Pascual y Jesús Laiz. Director: José Bornás. Intérprete: Cristina Marcos. Teatro Fernán Gómez, Madrid. Hasta el 27 de febrero.
No se lo han puesto nada fácil a sí mismos ni los autores ni el director ni la actriz protagonista de «Lorca, Vicenta», y la verdad es que todos salen bien parados de sus respectivos retos. Ya es difícil, en primer lugar, levantar un monólogo dramático que sea interesante y potente a partir de datos reales –o, al menos, cuidadosamente verosímiles– de un personaje como la madre del poeta Federico García Lorca. La estructura dramatúrgica es deliberadamente ambigua sin que ello reste un ápice a su consistencia: no se sabe bien dónde está la protagonista en sentido estricto, ni por qué cuenta lo que está contando. Tal vez esté intentando rescatar sus remotos recuerdos ante el postrer suspiro; de ahí la naturaleza onírica y fragmentaria de su discurso, y de ahí también que el director Pepe Bornás mueva a la actriz por un espacio fabuloso, casi surrealista, en el que convergen títeres, personajes recortados en cartulinas –como las alumnas de la escuela en que Vicenta fue maestra– o imágenes proyectadas de Federico con las que ella interactúa. Todo es confuso en la ubicación del discurso, aunque todo es diáfano en el concepto, honesto, sincero. Hay una verdad que el director ha sabido mantener incólume; una verdad que se adorna con simpáticos juegos escénicos sin dejarse tentar por la alharaca. Y en esto último tiene que ver mucho la interpretación que hace Cristina Marcos; un gran trabajo, pero muy singular, casi insólito, en cuanto que nace, permanece y muere en la imaginería íntima del personaje. Esto quiere decir que ella se coloca dialéctica y emocionalmente en un lugar ajeno al público –como si la estuviese mirando una cámara en primer plano y no una persona en la fila 6 o 7–; parece que no quiere captar la atención del espectador, sino que sea este quien se tome la molestia de llegar hasta donde ella está. La sensación es extraña al principio; uno cree que la actriz no va a poder mantenerse con éxito toda la función en ese «rincón» interpretativo, pero lo logra. No solo consigue que seas tú quien vaya hasta ella, sino también que salgas de la sala pensando que ha merecido la pena hacer ese esfuerzo.