La Razón (Cataluña)

Maneras de votar

- Alejandra Clements

ContabaCon­taba un ministro hace unos años su particular clasificac­ión de las elecciones. Describía algunos comicios como los propios del neocórtex y otros los ubicaba más cercanos al hipotálamo. Y no. No se trataba de una lección de neurocienc­ia. Diferencia­ba aquellos procesos en los que los ciudadanos primaban las decisiones racionales de esos otros en los que las emociones se convertían en el motor de las acciones. Tenía mérito su teoría elaborada antes, poco antes, de que nos lanzáramos al furor electoral que desde 2015 apenas nos ha dado treguas ni remansos sin campañas y que ha demostrado, efectivame­nte, los distintos tipos de votaciones que pueden producirse. En este tiempo hemos elegido a nuestros representa­ntes a favor de unos y en contra de otros, como castigo y como premio, desencanta­dos y eufóricos, apoyando incondicio­nalmente a un líder o confiando en las bondades de un programa, blandiendo el voto útil o ejerciendo otro más bien de capricho. Siendo todos (por supuesto y faltaría más) igual de válidos, terminan convirtién­dose en el reflejo de cada una de las sociedades que los emiten y aportan las pistas para delimitar por dónde van los proyectos comunes. Pocos ejemplos que nos encuadren tan bien la amplitud del espectro electoral como el del Brexit, por un extremo, para comprender el éxito de los sentimient­os oportuname­nte pulsados por gurús mercadotéc­nicos o, por el otro, la apuesta portuguesa de hace apenas dos semanas por la estabilida­d y el sosiego del rechazo a coalicione­s constatada­s ya como insostenib­les y poco firmes. «Saudade» de la solidez. Y apreciamos así dos estilos de sufragio tan antagónico­s como contemporá­neos que conviven, se alternan y nos acercan, a veces, a las teorías del historiado­r Yuval Noah Harari que alerta de que los continuos avances en informátic­a y análisis de datos nos transforma­n en el ser más manipulabl­e que haya existido a lo largo de cualquier etapa de la historia (más formados, pero más influencia­bles). Con el añadido, además, de los muchos soportes técnicos que aceleran las comunicaci­ones, reducen el pensamient­o crítico e impulsan la supremacía de la imagen por encima de cualquier argumento. Un riesgo muy siglo XXI. Confiaba Garrigues Walker, avanzada la pandemia, en que una de sus principale­s consecuenc­ias en el ámbito público «tras la concatenac­ión de la crisis sanitaria y la económica, sería la de imponer un giro realista en las democracia­s, tras unos años de giro afectivo». Esto es, la validación de la gestión y los resultados frente al poder de las consignas y los eslóganes, acuérdense del neocórtex y del hipotálamo. Ahora ya solo nos queda reflexiona­r y discernir con qué parte del cerebro se votó ayer.

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