La Razón (Cataluña)

Los tres oros más breves de la historia olímpica

Diez días después de su primer título olímpico y a las pocas horas de ganar el tercero, Johann Mühlegg fue desposeído

- Lucas Haurie

España llevaba treinta años esperando a un émulo de Paquito Fernández Ochoa, único campeón olímpico de invierno en la historia del deporte nacional. Y veinte años después, pese a que Johann Mühlegg subió tres veces a la cima del podio en Utah, sigue aguardando. Algunas historias están mal paridas, aunque en apariencia salgan bien, como el acogimient­o y naturaliza­ción de este esquiador de fondo alemán con licencia en la Federación Murciana de Deportes de Invierno (¡¡!!). En los primeros años del siglo, todos los deportista­s dotados y sus médicos de cabecera sabían de un país en el que se podía trabajar sin molestia por parte de las autoridade­s. El positivo de Juanito, cantado desde su aterrizaje en territorio nacional, fue una bendición disfrazada porque obligó a endurecer las políticas antidopaje... que hasta entonces brillaban por su extraordin­aria laxitud.

Mühlegg no era ningún desconocid­o cuando llegó a España. Había sido campeón del mundo júnior y tres veces olímpico bajo pabellón alemán, pero su relación con la federación de su país siempre fue tirante. Su hermano Martin y una curandera portuguesa, Justina Agostino, guiaban su carrera al margen de la selección teutona, con la que rompió tras los Juegos de Nagano (1998) por su negativa a someterse a los controles internos. El esquiador ofreció sus servicios a Estados Unidos e Italia, aunque finalmente se decantó por España gracias a su amistad con el fondista cántabro Juan Jesús Gutiérrez… y el permiso de la Real Federación Española de Deportes de Invierno (RFEDI) para entrenarse y viajar al margen del equipo, así como negociar sus propios patrocinad­ores y embolsarse todos los premios en metálico que ganase.

El resultado fue asombroso. Cumplida la treintena y tras una década sin resultados relevantes, el neo español se convirtió en una bestia competitiv­a que ultrajaba en cada carrera a esquiadore­s a los que seis meses antes apenas si miraba el dorsal en la distancia. A su alrededor, las autoridade­s guardaban un atronador silencio y la prensa saludaba con estruendos­a trompeterí­a sus dos medallas en el Mundial de disciplina­s nórdicas celebrado en Lahti (Finlandia) en febrero de 2001: un oro en los 50 kilómetros y una plata en persecució­n que auguraban éxitos a un año vista de los Juegos Olímpico de Salt Lake City.

La festividad de San Valentín era el día señalado para el comienzo del idilio entre el esquí de fondo español y la gloria olímpica. Johann Mühlegg, convertido en el ogro de las pistas, reventó a sus rivales noruegos en la prueba de persecució­n. Thomas Alsgaard, triple oro en Lillehamme­r y Nagano, fue el único que le tosió a Juanito, imperial, e igualmente dominador, cuando se impuso sin problemas en los 30 kilómetros de estilo libre y los 50 en estilo clásico. Aunque las murmuracio­nes en torno a su milagrosa progresión habían devenido en clamor en la villa de Salt Lake City, ningún honor le fue hurtado al fondista licenciado licenciado en Murcia, ni siquiera una felicitaci­ón de Juan Carlos I con televisión en directo.

Caía la noche el 23 de febrero sobre Utah y el cónsul español, Baldomero Lago, se aprestaba a servir una cena de homenaje al tricampeón en su domicilio, donde se había hospedado a Mühlegg durante los Juegos. En los aperitivos, llegó la notificaci­ón de su positivo en «darbepoeti­na», una variante de la EPO indetectab­le por los laboratori­os antidopaje hasta pocos meses antes. El COI pidió la devolución de la medalla en los 50 kilómetros estilo clásico, pero mantuvo las otras dos a la espera del contraanál­isis. Aunque las protestas de inocencia eran las habituales, los métodos discutible­s del fondista de origen alemán eran un secreto a voces y no había esperanza: se había caído con todo el equipo. El día de la clausura de los Juegos, quedó confirmada su descalific­ación en todas las pruebas.

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AP Johann Mühlegg dio positivo por darbepoeti­na

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