La Razón (Cataluña)

El dolor de una reina entre dos hijos

Las polémicas eran marca de la casa y con Lady Di alcanzaron su máximo apogeo

- Celia Maza.

CuandoCuan­do uno cumple 95 años quiere serenidad en su vida y algún tipo de garantía de que a su familia le irán bien las cosas. Es una edad en la que son lícitos los pensamient­os en los que se divagan sobre escenarios futuros en los que uno ya no estará. Claro que la cabeza de Isabel II va más allá. Porque ella no solo se tiene que preocupar por los suyos, sino por una institució­n histórica que lleva 70 años representa­ndo. La Monarquía británica siempre ha estado sembrada de polémicas. Eran marca de la casa y con los años de

Lady Di llegaron a su máximo apogeo. Pero las cosas se habían ido calmando hasta el punto de que la soberana dio su beneplácit­o para que Camilla, esposa de su primogénit­o y en su día mujer más odiada del Reino Unido, se convierta en reina consorte cuando el príncipe Carlos acceda al trono. Era el culmen de la «transición tranquila» de la que se lleva años hablando, el broche de oro a los preparativ­os de las celebracio­nes que tendrán lugar este año para marcar sus 70 años de reinado.

Sin embargo, todo se ha precipitad­o en los últimos días. Scotland Yard ha abierto una investigac­ión a la fundación del heredero al trono por aceptar, supuestame­nte, donaciones a cambio de favorecer la concesión de títulos y honores a millonario­s extranjero­s que quieren influir en el «establishm­ent».

La pesquisa llega cuando los británicos aún no se han recuperado del terremoto causado por el millonario acuerdo que el príncipe Andrés ha alcanzado con Virginia Giuffre –la mujer que lleva años acusándole de haber mantenido relaciones cuando ésta era explotada por una red de pedofilia– para evitar un juicio por abuso sexual. Isabel II no solo tiene que hacerse cargo de los 14 millones de euros que hay que pagar ahora a la supuesta víctima, sino que tiene que ver cómo el episodio deja ahora al duque de York, del que dicen es su ojito derecho, en el más absoluto ostracismo. La monarca sabe mejor que nadie el dolor que puede generar el exilio familiar e institucio­nal, porque lo vivió cuando Eduardo VIII abdicó para casarse con la divorciada

Wallis Simpson. A Isabel II le genera también dolor que su hijo no vaya a estar junto a ella en la celebració­n del Jubileo. Y ante todo porque se ve improbable que el príncipe vuelva a salir algún día al balcón real, sobre todo cuando Carlos se convierta en monarca. Será el día en el que Andrés pase de ser el hijo favorito de la soberana, al hermano repudiado del rey.

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