La Razón (Cataluña)

Viudas del mar

► El de las viudas es un lamento antiguo, casi un dolor de mar de fondo.

- Chapu Apaolaza

Reconoce las señales que hacen de cualquier muelle, el mismo: el olor a gasoil, a sal, a metal...

ElEl reportero llega a cubrir el naufragio a media mañana. Conduce rápido mientras habla por teléfono y a la entrada del pueblo pega un llantazo en una rotonda. Lleva la noticia agarrada detrás de la nuca: el «Nuevo Pepita Aurora», un barco pesquero con base en Barbate (Cádiz) ha volcado por el temporal de levante y hay varios marineros muertos. Lo primero que ve al llegar al muelle son las anclas de la almadraba que se almacenan enhiestas, grandes y naranjas, ordenadas a la entrada del puerto como cruces de tumbas oxidadas.

Cruza la explanada y reconoce las señales que hacen de cualquier muelle, el mismo: el olor a gasoil, a sal, a metal, a redes y a algas secas. A brea, quizás, aunque duda de si ese olor está solo en su recuerdo del muelle de Donosti junto a los demás olores. Llega a la puerta la lonja con el bloc en la mano y lo guarda en el bolsillo de atrás. Ha aprendido que en los sitios no se entra con el cuaderno en la mano. Se aparecen las señales de la ansiedad, el hormigueo en las manos, la boca seca y las tripas que se le revuelven cada vez que sabe que va a mirarse a la cara con la bestia cruel que se ceba con los hombres a su antojo y los llena de desdicha. La reconocerí­a tiempo después en la curva del Alvia en Santiago, en las estaciones de metro de Bruselas y en las terrazas ametrallad­as de París, pero ese día la siente al otro lado de la puerta.

El suelo de la lonja es verde, vacío y brillante como el papel de plata. Nadie vende pescado. Al otro lado de la esquina en la que se ha colocado el reportero espede ran los familiares de las viudas a que lleguen las patrullera­s de la Guardia Civil con los pocos cuerpos que han encontrado. Se cree que el resto de los marineros o está atrapado entre las artes de pesca o aguanta gracias al aire que aún queda dentro del barco volcado y que se mantiene a flote, de momento.

Finalmente, se hunde. Cuando conocen la noticia, algunas de las mujeres enloquecen y el periodista las ve arrancarse el pelo, arañarse la cara y los labios, y llenarse los ojos de tierra y de ceniza. Una de ellas insulta a la Virgen del Carmen, otra se queda quieta con los ojos muy abiertos, y mira al reportero, que baja la mirada avergonzad­o. El de las viudas es un lamento antiguo, casi un dolor de mar de fondo.

Días después, las mujeres se han reunido en la cofradía de pescadores y han levantado una estructura de cariño a base de mantas, caldo de puchero y pañuelos de papel. A través de un conocido, hacen saber al reportero que puede entrar y esperar allí con ellas. «Permiso», se excusa al entrar y una de las mujeres le dice: «Siéntate aquí chiquillo, que llevas tres días de pie». Se sienta y guarda silencio y entonces, una de ellas comienza a contarle los proyectos que tenía con su marido, lo que será de los niños y la soledad. Ahora sí saca su cuaderno de notas, pero no es capaz de apuntar nada y cuando va a preguntar, solo acierta a decir «lo siento», y se quiebra. De pronto, dos mujeres lo cubren con mantas, le hablan y lo frotan por los hombros como si lo estuvieran limpiando, como si lo estuvieran secando, como si en el momento lo hubieran sacado del mar. Quince años después, las sigue recordando. (Dedicado a la memoria de las víctimas del naufragio del «Villa de Pitanxo», sus familias y todas las gentes del mar).

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EP Los tres marineros supervivie­ntes llegando a puerto
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