Ni psicópata ni malcriado: «Es un cóctel complejo»
► Tras el parricidio de Elche por parte de Santi, un niño de 15 años, los expertos analizan las causas de estos crímenes
LoLo que quizás genera mayor sensación de desasosiego o indefensión en la sociedad es saber que Santi era un adolescente como otro cualquiera. No pertenecía a una familia desestructurada, no tiene –según los primeros informes forenses– ninguna patología mental, no estaba desarraigado ni había sufrido rechazo en el IES Vicente Verdú del Elche, donde cursaba 4º de la ESO con buenas notas hasta el pasado año. Como muchos chavales de 15 años estaba «viciado» a la consola y se peleaba con su hermano Gonzalo, de 10 años, por quién la usaba más rato. No era ningún caprichoso pero, por un cúmulo de factores que iremos desgranando más adelante, fue capaz de coger una escopeta que jamás habían usado en casa (era un recuerdo familiar) y mató a sus padres y a su hermano con una serenidad que ha dejado sin palabras a quienes han escuchado su relato.
Las navidades pasadas Santi volvió a casa con malas notas, algo que no era habitual en él. Su madre, Encarni, harta de que le dedicara más tiempo a la pantalla que a los libros, le regañó el pasado día 8. Le dijo que se acabó la consola, el ordenador y el wifi hasta que no espabilara con los estudios. Algo hizo «clic» en la cabeza de Santi y subió a la planta de arriba de la casa a buscar una escopeta que sabía que tenían por allí olvidada. Lo que ocurrió después ya es conocido por todos: fue disparando a su madre (por haberle castigado), a su hermano (para que no le delatara) y a su padre (porque temía su reacción) de forma improvisada. Luego estuvo tres días con los cadáveres y finalmente les hizo una foto para enseñársela a su tía cuando fue a ver por qué nadie contestaba al teléfono. Pero, ¿qué pudo llevar a Santi a tener esa reacción? ¿Se puede detectar este comportamiento en un menor? ¿Por qué no sienten el daño causado? Los expertos coinciden en que no hay una respuesta aplicable en todos los casos.
La criminóloga Beatriz de Vicente habla de la importancia de entender que no somos «monocausales» y que hay tres grandes bloques que condicionan la conducta humana: biológico, psíquico y social. «Somos entes biopsicosociales», apunta. En el primer campo, el más físico, se refiere al sistema endocrino («las hormonas en los adolescentes están en fase de explosión y hay una tendencia a la irascibilidad y la violencia) y al neurofisiológico: el cerebro se desarrolla hasta los 21 años. «El cerebro de un menor es diferente al de un adulto y el córtex prefrontal, donde se rige la moral y la ética, todavía no está del todo formado». Según la experta, ya solo este componente biológico puede explicar crímenes brutales sin que exista una psicopatía.
Desde la parte psicológica influyen los patrones que ha tenido, lo que imita, lo que aprende, su personalidad. También puede concurrir una enfermedad mental pero es importante, según De Vicente, recordar que, en los menores, no se puede hablar de trastornos de personalidad o psicopatías porque todavía no tienen una personalidad cuajada. «Hablar de un niño psicópata es completamente incorrecto», aclara. «Por eso se habla de trastornos de la conducta: los niños son siempre recuperables», insiste.
Pero también son determinantes los amigos y las tecnologías. Al parecer, la llamada «nomofobia», el miedo a estar sin el móvil o sin internet, podría haber sido un detonante en el caso de Elche. «Hay adictos y que se lo quiten de repente puede ser un factor muy estresante», aclara la experta que, al igual que el psicólogo forense Javier Urra, coincide en que «por su puesto que hay indicadores» que nos dicen que algo está pasando con el niño: fracaso escolar, introspección, ausencia de relaciones sociales. «También puede haber trivializado la violencia: es un cóctel multifactorial».
Urra fue uno de los expertos que participó en la elaboración de la llamada «Ley del Menor» y estuvo trabajando 32 años en la Fiscalía del Menor del TSJ de Madrid, además de llevar un centro de menores en la actualidad. Él se muestra muy optimista con la recuperación de los menores precisamente por cómo se actúa en estos centros. «Una vez que la Fiscalía propone el régimen cerrado y el juez lo ordena comienzan a trabajar los equipos técnicos», explica. Primero, los del propio juzgado del Menor, que evaluarán mediante entrevistas profundas y test con distintos ítems si tiene algún trastorno sin diagnosticar. No parece el caso del chico de Elche.
No sentir para poder vivir
«Esa primera intervención te da una foto de cómo piensa en ese momento», aclara Urra. Porque, aparte de la disciplina de horarios y actividades que comienza a someterse en el centro (a diferencia de una prisión para adultos) y que muchas veces es la primera vez que la integran, los equipos del centro van evaluando la progresión del menor. Cada niño tiene asignado un psicólogo, un trabajador social y un educador, que elaboran informes periódicos y reenvían al juzgado para ir valorando las medidas a adoptar: el momento de empezar a ver a su familia o sus primeras salidas.
«Cuando la sociedad dice: hay que encerrar 10 años en vez de 5, debemos preguntarnos: ¿el chico no hubiera matado de haberlo sabido? Parece que no. Llama la atención que el chico no se pegara un tiro ni huyera».
Urra, que entrevistó al llamado «asesino de la katana», José Rabadán, que con 16 años mató a sus padres y su hermana, asegura que hoy está totalmente reinsertado en la sociedad: vive en Cantabria, tiene mujer, una hija y trabajo. ¿Muestra Rabadán poca empatía, como el caso de Elche? Por lo visto, la falta se sentimientos es significativa. A su juicio, «son muy fríos o no pueden profundizar en lo que han hecho porque si no correría riesgo su propia vida». Puro instinto de supervivencia.