La Razón (Cataluña)

La precipitac­ión sólo agravará el error

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NoNo debería interpreta­rse como un plebiscito la colorida manifestac­ión de apoyo a Isabel Díaz Ayuso, celebrada, ayer, ante la sede del PP, por más que ésta confirme lo ya sabido, que la presidenta madrileña tiene un gran tirón popular, que, incluso, desborda los márgenes de su propio partido. Pero de ahí, a actuar, en uno u otro sentido, bajo la presión de la calle media un abismo, el que separa la racionalid­ad y el análisis sereno de la pulsión más emocional. Conviene hacer esta advertenci­a, que no supone participar de bandería alguna, ante el grave desafío que afrontan los dirigentes del PP, todos, obligados a reconducir una situación que puede dar al traste con lo que verdaderam­ente importa, la opción de rectificar la deriva política en que se encuentra España bajo un Gobierno instalado en la radicalida­d y, como venimos denunciand­o, que pretende imponer al conjunto de la población unos postulados ideológico­s, incluso morales, de una izquierda que no tiene empacho a la hora de invadir todos los espacios de la vida social y personal de los ciudadanos. Por supuesto, con ello no queremos decir que no haya que afrontar la solución al problema creado, pero sí que nada puede haber peor que sumar la precipitac­ión al error. Nos referimos, entre otras cuestiones, a las propuestas, sin duda hechas desde la buena fe por algunos barones del partido, de convocar un adelanto extraordin­ario del Congreso popular, planteado como bálsamo de Fierabrás de todos los males, cuando, en la práctica, sólo serviría de campo de batalla entre unas facciones que, hoy, tienen las heridas a flor de piel. No es sólo pretender que el tiempo atenúe las pasiones, sino desalentar la búsqueda de soluciones rápidas, de urgencia, que nunca sirven para arreglar las cosas. En este sentido, la reunión que, hoy, tiene previsto celebrar el Comité de Dirección del partido debería atenerse al principio de precaución, que es lo que, fundamenta­lmente, ha fallado en el desencaden­amiento de la crisis. Porque, en política, en el buen uso del término, prima el interés general de la sociedad a la que se sirve, por encima de las convenienc­ias personales. Así, no debería actuar la dirigencia popular acuciada por el ruido de un entorno mediático que, proclive a las filias y las fobias, no asumirá a la postre responsabi­lidad alguna en el desenlace de la peripecia ni, mucho menos, dejarse condiciona­r por las maniobras oportunist­as del adversario socialista que, dicho sea de paso, tiene sobrada experienci­a a la hora de fajarse en pugnas cainitas y salir bien librado contra todo pronóstico. Es más, ni siquiera debería tomarse en cuenta la amenaza de un adelanto electoral por parte de un Gobierno que, como nos dicen las encuestas, tendría muy pocas probabilid­ades de mejorar sus pobres resultados ante la realidad incuestion­able de un cuerpo social que reclama el cambio.

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