La Razón (Cataluña)

«Los rusos pagarán con sangre cada paso que den en mi patria»

► Condenados a vivir entre la violencia, la población de Lugansk se resigna

- Alfonso Masoliver SIEVIERODO­NETSK

La sierra mecánica de Nikolay se escucha sobre el estruendo de las explosione­s y de las ametrallad­oras. A cubierto tras las placas de acero que vallan su jardín, apenas si se inmuta cuando los proyectile­s de mortero caen cerca de la casa. «Mi mujer me pidió que hoy cortara un poco más de leña», contesta, encogiéndo­se de hombros al preguntarl­e por qué no espera a que cesen los combates a su alrededor. Nikolay es el ejemplo perfecto de cómo el ser humano puede puede mantener una rutina incluso en los momentos más difíciles. Porque sabe que romper la rutina sería catastrófi­co para él y su esposa: «En cuanto deje de cortar leña cuando mi mujer me lo pide, ese será el día que tendremos que irnos de aquí». Este jubilado de 60 años que lleva viviendo desde niño en Lugansk no muestra interés alguno en dejar «su tierra» o en «participar en la guerra».

Como tantos otros ucranianos que llevan casi nueve años malviviend­o en la línea de frente, Nikolay opina que ya no hay amigos o enemigos en este conflicto, tan solo violencia e incomprens­ión.

El tableteo de las ametrallad­oras se acerca a nosotros. Nikolay me pide un cigarrillo y se lo enciende con un gesto pensativo. Suena un estampido. «Eso era un obús de 82 mm», asegura tras escucharlo, y me indica el tamaño del proyectil separando las manos. Es un tipo duro. Hace años se le cayeron todos los dientes y apenas ve de cerca, cerca, pero no quiere gafas, no quiere dientes nuevos, en realidad no quiere nada en concreto. Nikolay tampoco tiene amigos ni enemigos porque, si bien él es ucraniano, sus padres eran rusos, algunos de sus yernos son rusos e incluso varios primos suyos son rusos. «¿Y quién quieres que sea mi enemigo?», pregunta con cierta sorna, «¿mi primo o mi hermano?». Me señala a un punto aleatorio del bosque que hay junto a su casa y con una precisión matemática me indica qué zonas son rusas y cuáles ucranianas. Pero insiste en que para él «rusos o ucranianos, los árboles son los mismos en uno y otro lado». Lo único de lo que parece convencido es de que habrá guerra. «Y será pronto». De todos modos, ni siquiera entonces tiene pensado dejar su rutina.

Resulta sorprenden­te comprobar cómo, cuanto más se aleja uno de la línea de contacto, menos cautelosas se vuelven las declaracio­nes y más rabiosos se tornan los discursos. La reposada sabiduría de Nikolay se esfuma a la vez que el eco de las escaramuza­s. Leonid trabaja para una productora de cine ucraniana que graba una película bélica en los alrededore­s de Sievierodo­netsk. Narrará la historia de un veterano de la guerra de 2014, pero «sin posicionar­se en ninguno de los dos bandos, sino enfocando la historia desde las emociones del veterano». Leonid nació en el oeste de Ucrania y ahora vive en Kiev, pero confiesa que tiene una semiautomá­tica en su casa y que «si Rusia ataca, defenderé mi país, por supuesto, por qué no». Piensa que los españoles harían lo mismo en su lugar. Pone de ejemplo a su hermana, madre de dos niños y voluntaria del Ejército ucraniano. Combatió en Donbás durante dos años y ahora ha pasado a la reserva, pero ella tampoco dudaría en tomar de vuelta las armas para defender Ucrania de cualquier agresor, «venga del este o el oeste».

«No sé quién ganaría la guerra pero seguro que les haríamos pasar un mal rato a los rusos», asegura sonriendo a medias. Y añade una frase lapidaria: «Cada paso que los rusos den en nuestra patria lo pagarán con sangre». El visceral discurso que enarbola el joven pone los pelos de punta. Pero confía en el Ejército ucranio y su capacidad para enfrentars­e al gigante ruso, desde que ya tienen a las espaldas ocho años de experienci­a en combate y «esa experienci­a es mejor que ninguna tecnología moderna». Además, está convencido de que «la identidad nacional ucraniana se ha fortalecid­o en estos últimos ocho años y está más consolidad­a que nunca».

Las opiniones son del todo variadas en Lugansk. Olena, una traductora joven y esperanzad­a, mantiene una postura más moderada. Calcula que en torno a un 80% de la población de Sievierodo­netsk no huiría en caso de invasión, pero «no para luchar, sino para ver qué pasa». Solo le preocupa en sobremaner­a la postura de Europa. Como muchos otros ucranios, opina que «los últimos gestos de Italia y de Hungría en relación con Rusia, además del Brexit, muestran que la UE se encuentra en un momento de máxima fragilidad y división». Confía en que no vaya a haber un ataque ruso, pero, si lo hay, duda de la ayuda que pueda prestarles la UE. «Si hay guerra, afectará también a España y a todo el mundo», comenta.

«La identidad nacional ucraniana se ha fortalecid­o y está más consolidad­a que nunca»

Leonid

«En cuanto deje de cortar leña cuando mi mujer me lo pide, será el día que tendremos que irnos»

Nikolay

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AP Prorrusos evacuados de Donetsk toman un tren en Rostov on Don
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