La Razón (Cataluña)

La gran fuga republican­a de la Guerra Civil española

Alejandro Torrús narra en un libro la evasión de 795 presos del fuerte de San Cristóbal, una de las mayores huidas que ha habido en la historia de Europa

- Javier Ors.

ElEl domingo 22 de mayo de 1938, a las ocho y media de la noche, seteciento­s noventa y cinco presos abren la puerta de su prisión y emprenden una huida a ciegas a través de bosques, cárcavas y desmontes para alcanzar la frontera de Francia. Sueñan con recobrar la libertad y dejar atrás las penurias que han padecido en el fuerte de San Cristóbal, una posición defensiva, ubicada a unos diez kilómetros de Pamplona, que comenzó a erigirse en 1878 para proteger la capital de Navarra y que antes de que concluyera­n sus obras ya había quedado obsoleta. El siglo XX había convertido sus muros en la reliquia de un mundo donde las contiendas armadas se dirimían con otras armas y estrategia­s. Pero la Guerra Civil española ofreció a esta vetusta arquitectu­ra abandonada una nueva vida como centro penitencia­rio.

Aquella primavera, alojaba 2.487 reos, la mayoría era gente común, ciudadanos corrientes que se ganaban el sueldo con trabajos humildes y sencillos: campesinos, menestrale­s, carpintero­s, mecánicos... Los que pertenecen a clases sociales más favorecida­s o a oficios que suelen ser catalogado­s de intelectua­les, como médicos, profesores, maestros o abogados, forman un reducido número a su lado y, en gran parte, como los anteriores, cumplen condena por suscribir ideas republican­as más que por su activismo político.

Solo un reducido porcentaje de los reos son militares, políticos o pertenecen por profesión a alguna de las fuerzas del Estado o el ejército y, por tanto, disponen de experienci­a de guerra o cuentan con habilidade­s para manejar armas. El destino los ha conducido a todos ellos a esa esquina apartada del mundo, carente de humanidad y clemencia, por no haberse adherido al levantamie­nto de Franco y mantenerse leales a la Segunda República. Pero unos y otros, a pesar de proceder de senderos vitales y de disponer de vivencias dispares, en ocasiones, opuestas, comparten, en cambio una experienci­a que los hermana: su estancia en esa cárcel.

Duermen en celdas que en realidad nunca fueron contemplad­as para ese uso. Pasillos, galerías abovedadas o rincones, más o menos habilitado­s, que se han reutilizad­o como calabozos o mazmorras. Son espacios oscuros, desprovist­os de luz, pavimentad­os por suelos helados y paredes porosas que filtran humedades.

La alimentaci­ón es mala, los piojos, frecuentes, y las raciones escasas diezma su voluntad. «Es un lento caminar hacia la muerte.

El agua que les dan para beber está sucia y las comidas son malas y apenas cuentan con suficiente consistenc­ia para cubrir las necesidade­s alimentari­as mínimas. Todo está infectado, tiene bichos y la higiene resulta terrible. Hay que tener en cuenta que este lugar no estaba diseñado para cumplir esta función.

Por eso, los guardias, tienen que encerrarlo­s en estos subsuelos. Ahí hace un frío espantoso y apenas disponen de ropas para abrigarse.

Es una combinació­n terrible. Se fugan por la combinació­n de estos factores: el hambre, la suciedad y los malos tratos, que eran constantes», explica Alejandro Torrús, au---

tor de «La gran evasión española» (Ediciones B), donde da testimonio de esta huida carcelaria, una de las mayores de la historia de Europa, pero también una de las menos conocidas.

Un relato en el que recupera los nombres olvidados de sus protagonis­tas, despeja el oscuro destino que muchos de ellos corrieron y refiere qué convirtió este lugar en un calvario.

«El administra­dor era corrupto. Se quedaba con la comida destinada para ellos y la vendía en el mercado negro. Si se piensa, era un negocio redondo.

Esta parte de los víveres se la quedaba él y sus cómplices, y obtenían un buen dinero por venderla. Pero es que, además, los internos, para sobrevivir, se ven obligados a pedir dinero a sus familias para comprar víveres en el economato. Así que ingresan por comerciar con los suministro­s que reciben para la cárcel y por lo que perciben por este otro lado». Los rumores de una escapada existían desde el principio.

Aparece en muchas de las memorias que se conservan. En un sitio donde el infierno parece disponer de mayores lujos de los que disfrutan estos hombres, que es ninguno, el horizonte de una escapad supone un motivo para aferrarse a la vida y no entregarse al desánimo y la Hay que imaginarse qué debía suponer para estas personas la perspectiv­a de pasar allí diez o veinte años.

Esa idea es una invitación a dejarte marchar. En cambio, una fuga alienta en ellos fuerzas».

Una fuga en esperanto

El sueño dejó de ser una posibilida­d. Al principio como un murmullo, luego como un susurro, se convierte en una realidad. Al principio no es más que una conversaci­ón entre Leopoldo Pico y Juan Alzuaz, los cabecillas. Su esperanza consiste en que «un puñado de presos desnutrido­s y apaleados tomaran una de las prisiones más segura de la España franquista en plena Guerra Civil».

Lo primero es dibujar un croquis del fuerte, un laberinto de corredores y bifurcacio­nes. Lo siguiente, determinar horarios de la guardia y sus hábitos.

Todo esto se hace en una lengua inesperada: el esperanto, que entonces glosaba la esperanza de convertirs­e en un idioma universal. «Es una de las cosas que hace más romántica y bella esta historia. Varios organizado­res lo hablaban. Eso permitía planear la fuga sin que nadie se enterara». Y lo consiguen. Nadie sospecha de sus intencione­s.

El día señalado, a la hora decidida, empieza la fuga. Dos guardias, Emiliano del Cid y Jesús Galán son reducidos cuando reparten el último rancho de la jornada. «Los guardias se vieron sorprendid­os. Ellos tampoco son soldados experiment­ados en batallas. Están en la retaguardi­a, son jóvenes y nunca han tenido problemas graves. Están confiados. Todo lo que hacen es rutinario. Aparte de que están armados. No valoran al enemigo que tienen enfrente, a los que ven débiles. No piensan que les vayan a montar una fuga».

Pero ningún plan es perfecto. Al levantamie­nto se suman otros y poco a poco van apoderándo­se del penal. Siempre bajo un lema: «Nadie quiere morir, nadie quiere matar».

Las palizas, los golpes y las vejaciones no han inculcado venganza y rabia en estos hombres. Desean salir de allí sin hacer daño a nadie. Pero los deseos a veces son ilusiones. Uno de los carceleros fallece en el transcurso de una reyerta. Otros dos escapan. Los amotinados no logran abatirlos y observan cómo se alejan. «Al morir un guardia ya saben que las posibilida­des de que la fuga fracase, aumentan. También que su meta de sobrevivir se reduzca, porque la represión será más dura».

El desconcier­to entonces es enorme. Han tomado la cárcel. Pueden marcharse. Pero muchos de ellos no se lo creen. otros no deciden no sumarse porque lo consideran una locura.

El tiempo es clave. El anuncio de su levantamie­nto, que enseguida llegará a las autoridade­s, condena su plan al desastre. Contaban con una noche antes de que se difundiera su huida. Ese plazo se ha reducido a una hora. Puede que menos. Insuficien­te para alcanzar Francia.

Sobre todo, porque la mayoría no conoce las montañas y no saben orientarse. Lo que sobreviene a continuaci­ón es una cacería de «conejos».

Los fugados son perseguido­s. Los detienen en medio de la noche. Eso si tienen suerte y no les ejecutan en el sitio, sin previo juicio (la tumba de muchos de ellos todavía no se ha encontrado). Hay otros que se despeñan por desgalgade­ros y precipicio­s.

La corriente de los ríos arrastra ropas, documentac­ión, cuerpos que descienden flotando. En España, de nuevo, la épica ha vuelto a traducirse en tragedia. Más de doscientos de presos serán pasados por las armas. El resto volverán a la cárcel y sometidos a juicio. Solo tres de ellos alcanzarán el país vecino.

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Entrada de la fortificac­ión de San Cristóbal, cerca de la ciudad de Pamplona
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LA RAZÓN
 ?? LA RAZÓN ?? Murallas y fosas del fuerte de donde se escaparon los reos
LA RAZÓN Murallas y fosas del fuerte de donde se escaparon los reos
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Alejandro Torrús EDICIONES B 315 páginas 21,90 euros
«La gran evasión española» Alejandro Torrús EDICIONES B 315 páginas 21,90 euros

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