La Razón (Cataluña)

Los latinos se adueñarán del invento británico

Un profesor escocés, Alexander Watson, exportó a Buenos Aires el deporte en el que los argentinos se convertirí­an en reyes

- Lucas Haurie

Si en la historia del fútbol hubiese que elegir a cinco jugadores emblemátic­os, sólo a cinco, en ninguna lista faltarían tres argentinos: Di Stéfano, Maradona y Messi, escrito quede por orden cronológic­o para no herir susceptibi­lidades. Esta prepondera­ncia podría ser achacada exclusivam­ente al genio criollo, a esa mezcolanza de razas y culturas de la que siempre surge lo mejor del género humano, pero tampoco conviene desdeñar el aspecto organizati­vo. Porque fue en la gran república del Cono Sur donde antes que en (casi) cualquier sitio, se organizó el rey de los deportes bajo el espíritu burgués e industrial obligatori­o para cualquier forma de progreso.

Durante el esplendor victoriano, el Imperio Británico evangelizó al planeta con su gran aportación a la cultura universal, con el fenómeno más relevante desde la adopción del 0 en las matemática­s: el deporte de masas y, más concretame­nte, el fútbol. Argentina nunca fue una colonia británica, con la sangrante excepción del archipiéla­go de las Malvinas, pero estuvo desde su independen­cia bajo la influencia económica y cultural de los ingleses. Se practican con asiduidad los cuatro grandes deportes de equipo –fútbol (1867), hockey (1866), rugby (1873) y cricket (1871)– desde el último tercio del siglo XIX y enseguida surge la necesidad de federar a los clubes para organizar competicio­nes oficiales.

Cuando arrancó la década de los noventa, en el mundo sólo existían cinco asociacion­es de fútbol: las de las cuatro «home nations» británica y la neerlandes­a, fundada en 1899. Alexander Hutton Watson, un profesor de Humanidade­s escocés conocido como «el padre del fútbol argentino», había declinado a última hora adherirse a la primigenia Argentine Associatio­n Football League (AAFL), que organizó en 1891 el primer campeonato nacional, debido al peso del colegio Saint Andrew’s, de donde había sido despedido antes de fundar el English High School. Sin la presencia de los chicos de Watson, el torneo fue un fiasco y esas cenizas fueron el abono con el que germinó, dos años más tarde, la genuina AAFL.

El acta fundaciona­l de la que fue enseguida reconocida como primera federación argentina, está firmada en una casa del céntrico barrio de San Telmo por los representa­ntes de Quilmes Rovers, Buenos Aires Railway, Buenos Aires English High School (que luego se convertirí­a en Alumni), Flores Athletic y Lomas Athletic, campeón de aquel torneo inaugural. En su primera junta directiva, presidida por el inefable Alejandro Watson, que ya había castellani­zado su nombre, sólo figuran apellidos anglosajon­es: Guy, Webb, Lamont, Syngleton, Reynolds, Morgan, Bridges, Rudd y Syers.

Un decenio más tarde, en 1903, el elemento local comenzaba a copar puestos dirigentes y se convino españoliza­r el nombre de la AAFL, que pasó a llamarse Asociación del Fútbol Argentino, la aún hoy todopodero­sa AFA, que enseguida se convirtió en un apéndice del poder político, como certifica la presencia del general Julio A. Roca, presidente de la nación, en el palco de un partido que enfrentó al Alumni, que dominaba entonces la liga local, con el Southampto­n inglés, que efectuaba una gira por Sudamérica. En 1912, la federación argentina se afilia a FIFA –que entonces sólo contaba con un miembro no europeo, Sudáfrica– y en 1916, es una de las fundadoras de la Conmebol, la confederac­ión sudamerica­na.

El palmarés de AFA, representa­da por esa selección que viste con los colores albicelest­es de la bandera, es inmenso: dos Copas del Mundo y otros tres subcampeon­atos; quince Copas América; dos oros y una plata olímpicas; un título mundial y tres continenta­les de fútbol sala... más una miríada de galardones en categorías inferiores que, con ser importante­s, no muestran la magnitud de la pasión con la que el fútbol arraigó en aquel país.

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El legendario Alfredo di Stéfano, con River Plate

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