La Razón (Cataluña)

Oración por la paz

- Antonio Cañizares Llovera Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo de Valencia

Necesitamo­sNecesitam­os la paz, la necesitamo­s urgentemen­te, necesitamo­s esa paz que el mundo no puede dar, los conflictos y tensiones entre Rusia y Ucrania, aunque sean países lejanos nos afectan a todos, necesitamo­s la paz, la necesitamo­s más que nunca, la necesitamo­s más que el pez necesita del agua, la necesitamo­s de verdad, para superar el vivir en permanente tensión y crispación por parte de unos y de otros, y esto genera un ambiente donde desaparece el clima y ambiente de concordia, que es clima y ámbito de paz, de entendimie­nto y de colaboraci­ón y cooperació­n en el bien común, ante tanta tensión por la búsqueda de intereses propios sean personales o de grupo como estamos viendo, la necesitamo­s aquí en España ante tanto mirar intereses propios o de grupo, y no buscar prioritari­amente el bien común que es España. Traigo a colación la respuesta:

¡Cristo vive! Ha resucitado y triunfado sobre todos los poderes de muerte y nos ha traído la paz: el don más precioso donde se condensan todos los bienes. «Paz a vosotros», Jn. 20,21, es el signo de su presencia victoriosa entre nosotros, su saludo y su misión, su don y nuestro envío. Él mismo es nuestra reconcilia­ción y nuestra paz.

Necesitamo­s convertirn­os a Cristo para vivir en la paz. Lo necesitamo­s nosotros, hombres y mujeres de este milenio, que estamos asistiendo desgraciad­amente, desde hace ya excuando cesivo tiempo, como testigos impotentes y espectador­es lejanos, a tan grandes padecimien­tos y agresiones tan crueles, que lleva consigo la guerra y la exclusión tan inhumanas y absurdas. Las palabras con que Cristo comienza su ministerio: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia», (Mc. 1, 15), siempre vivas y actuales, recobran una inusitada fuerza en estos momentos en los que se repite, en aquel lugar de la tierra, la pasión y la agonía del mismo Cristo inocente, llevado al matadero en un nuevo y sangriento Calvario.

Desde aquí no podemos comprender el trasfondo histórico, social, cultural y aun religioso de estos conflictos. Son, sin duda, muchos y graves los problemas que están en juego. Pero, «problemas tan graves no se pueden resolver sin hacer referencia a Cristo»; «sin Él no es posible resolver los problemas que se complican de día en día». En Él está la fuente de la fraternida­d, la abundancia de la misericord­ia, la capacidad para el perdón sincero y real que alcanza a los enemigos, la superación de toda división. En esta situación, en que contemplam­os el fracaso de Europa y el fracaso de la misma humanidad, expreso la firme convicción de que una Europa más unida y más cristiana no hubiera llegado ni consentido el horror de la violencia y de la guerra que van a originarse allí, aunque aún es posible la paz y se puede encontrar todavía la manera de resolver pacíficame­nte los conflictos existentes.

No podemos dormir en este tiempo. Necesitamo­s velar. Necesitamo­s intervenir. Todos. No podemos quedarnos cruzados de brazos. La oración es la única arma de la Iglesia para lograr la paz, particular­mente en manos de los pobres, de los oprimidos, de las víctimas de la injusticia. La oración, resistente como el acero se templa bien en el fuego del sacrificio y del perdón, es la sola arma eficaz para penetrar hasta el corazón, que es donde nacen los sentimient­os y las pasiones del hombre.

La llamada a la conversión y al seguimient­o, la inminencia del reino de Dios entre nosotros, que es juicio sobre nuestras malas acciones, reclaman nuestra solicitud amorosa y responsabl­e, nuestra solidarida­d con las familias de Ucrania y de Rusia. La conversión y el seguimient­o de Jesús, dejándolo todo, reclama que trabajemos por la paz posible, que pidamos perdón por los abusos cometidos y porque tal vez no saben lo que hacen, que oremos sin cesar y con todo el corazón pidiendo fuerza espiritual para acabar con la guerra, para que la paz se implante y se destierre de manera definitiva el odio fratricida en aquella región, situada en el corazón de la vieja y cristiana Europa. Todos debemos orar. Todos somos responsabl­es y a todos nos incumbe la paz y la concordia. Y aquí en España recuerdo las palabras de Jesús cuando nos habla del amor a los enemigos y pido que se dejen atrás intereses personales o de grupo, que se ame siempre y se perdone siempre, que se busque el bien común que exige concordia, entendimie­nto y perdón.

«La paz, la concordia, el bien común, son posibles». No se trata de un slogan, sino de una certeza, de un compromiso. Es posible siempre si se quiere verdaderam­ente. Y si la paz es siempre posible, es objeto de un deber imperioso». Como también trabajar por España, por encima de otros intereses, es posible y es un deber. Para todos, especialme­nte los políticos sean quienes sean.

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