La Razón (Cataluña)

«Nos hace falta un sistema antimisile­s como el de Israel»

► Frente a la narrativa de Moscú, los ucranianos recuerdan que su país tiene una «historia milenaria»

- Alfonso Masoliver KIEV

La partida de Vladimir Putin ha avanzado dos casillas más. Después de anunciar el lunes por la noche que reconocerí­a la independen­ciade las república s de Donetsk y Lugansk y tras firmar «acuerdos de amistad, cooperació­n y asistencia mutua» con ambas regiones, ayer consiguió que el Senado aprobara su petición para enviar operativos dentro de las áreas controlada­s por los rebeldes del Este de Ucrania. Desde hace semanas, Moscú ha amasado más de 150.000 hombres en sus fronteras y las de Bielorrusi­a (hay 30.000 en este país) con Ucrania, y se prevé que una escala da mayor en el conflicto provocaría un número altísimo de víctimas, cortes energético­s en Europa y caos económico global.

El anuncio del mandatario ruso vino poco después de una noticia que se difundió en las redes ucranianas. El medio ruso CIT había recibido imágenes de los soldados rusos apelotonad­os en el suelo de aspecto húmedo, con las botas sin mantas ni almohadas y durmiendo como podían en unas condicione­s miserables. Según informaron, las tropas rusas apostadas en la línea del frente «apenas recibían comida caliente desde hacía semanas» y los oficiales coincidían en que la situación no duraría mucho más. En algunas secciones se informó de que «pronto habría movimiento». Se supone que el Kremlin sabe que no podrá mantener su gigantesco aparato militar durante mucho tiempo más, y menos aún después de recibir el paquete de sanciones que se disponen a enviar los países de la OTAN y de la U E.

Los habitantes de Donetsk y Lugansk celebraron con banderas de Rusia y fuegos artificial­es este nuevo paso en sus relaciones con sus vecinos (recordemos que Moscú ha regalado entorno a 600.000 pasaporte sal os habitantes de Donbás), y que en Donetsk han llamado a filas a todos los varones nacidos entre 1995 y 2004. La riada de refugiados que se dirigen a Rusia desde estas zonas ha atascado las carreteras que llevan a la frontera y ya lleva durando más de tres días, sin que todavía haya terminado.

Los tiroteos y bombardeos de mortero no se han relajado en la línea de contacto, sino que se han intensific­ado en algunos puntos a lo largo de la jornada, un acontecimi­ento que preocupa de sobremaner­a a los líderes internacio­nales. El portavoz de Asuntos Humanitari­os de la ONU, Jens Laerke, habló por la seguridad de los civiles afectados y pidió «proteger tanto a los civiles como a las infraestru­cturas civiles». Un testigo indicó a Reuters que vio tanques y otros equipos militares moviéndose por la ciudad de Donetsk, controlada por los separatist­as. No se veían insignias en los vehículos. Por su parte, el Ejército ucraniano aseveró que había registrado 84 casos de bombardeos por parte de los separatist­as que, según dijo, habían abierto fuego contra unos 40 asentamien­tos a lo largo de la línea del frente con artillería pesada, en violación de los acuerdos de alto el fuego.

La agencia de noticias Interfax citó a un funcionari­o separatist­a indicando que saboteador­es ucranianos detonaron una mina en una carretera matando a tres civiles.

A los refugiados que ya están llegando a la localidad rusa de Rostov del Don se espera que les sigan otros centenares en todas las direccione­s de la frontera si el conflicto llegara a escalar más, Hungría ya ha anunciado la movilizaci­ón de tropas a su frontera para gestionar esta crisis en potencia y Polonia ha dicho que está lista para recibir a los refugiados que puedan venir.

Olga, una frutera anciana que vende mandarinas y plátanos en la acera de una calle céntrica de la capital, dice que sabe cosas y mira mucho hacia los lados. «Las calles hablan solas», cuenta, y luego conpuestas,

firma que «lo que ha ocurrido en Donetsk y Lugansk no es lo mismo que ocurrió con Transnistr­ia porque nosotros estamos frontera con frontera y eso lo cambia todo». Y aunque no ocurriera nada, «Rusia es nuestra vecina y no se irá a ningún lado, entonces no podemos relajarnos y debemos hacer todo lo posible por no cometer errores».

Viktor, oficinista con barba de tres días, se limita a contestar que el reconocimi­ento por parte de Putin de la independen­cia de Donbás «es una mierda» y que ya no sabe qué esperar porque cada semana piensa un desenlace diferente del conflicto. Su voz habla por millones de ucranianos con barbas de tres días y mejillas afiladas acezantes. Pero también hay ilusión en la boca de otros tantos millones. Pyotr, un ex combatient­e que ahora forma parte de la reserva ucraniana, sorprende con su respuesta sensata y decidida: «Debemos ser fuertes y luego seremos respetados, solo nos falta un sistema antimisile­s como el que tiene Israel». Asegura también que «Ucrania es un país con una historia milenaria» y que «varias generacion­es ya han crecido como europeos libres, solo tenemos que trabajar duro por nuestro futuro». Su amiga Marta opina lo mismo: «Escuchamos las palabras de nuestro presidente y creemos en un futuro que será bueno para Ucrania». Insiste: «Aunque no venga dentro de cinco o diez años, vendrá».

El enemigo debe arder

Mensajes como, «¡Si el enemigo pone un pie en nuestra tierra, debe arder bajo ella!» o «¡No entres en pánico, prepárate!», han aparecido en las redes ucranianas, que han mostrado en su mayoría un descontent­o y una indignació­n parecida a la de Viktor. En los grupos de Telegram se anunciaron nuevas jornadas de entrenamie­nto civil en la capital y poco después se comunicaba que ya se habían cubierto todas las plazas disponible­s. En definitiva, que Ucrania no sabe si se encamina o no al precipicio. Como dijo Pyotr ayer desde Kiev: «Y si hace falta, saltaremos al precipicio, claro que sí».

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EFE Familiares y amigos de Anton Sidorov, el soldado ucraniano, que murió en en el Donbás durante su funeral en una iglesia de Kiev, ayer
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