Humillados rebeldes
«PERIBÁÑEZ Y EL COMENDADOR DE OCAÑA» ★★★★★
Autor: Lope de Vega (versión de Yolanda Pallín). Director: Eduardo Vasco. Intérpretes: Rafael Ortiz, Elena Rayos.. Teatro Fernán Gómez, Madrid. Hasta el domingo.
Después de una larga gira por España, ha llegado a Madrid el último trabajo de Eduardo Vasco con su compañía Noviembre Teatro: «Peribáñez y el comendador de Ocaña». El argumento probablemente sea ya de sobra conocido: nada más verla, un comendador se siente fuertemente atraído por Casilda, una mujer humilde recién desposada con el labrador Peribáñez. Con distintos pretextos, y sirviéndose en beneficio propio de su poder, envía lejos de su casa a Peribáñez para seducir sin estorbos a Casilda. Cuando esta lo rechaza repetidamente, él intentará violarla. Harto de tanta humillación, Peribáñez acaba dando muerte al comendador. Yolanda Pallín firma una versión que condensa muy bien toda esta acción principal, que es la del pueblo llano haciendo valer su dignidad para rebelarse contra los abusos de sus señores. La dramaturga pasa prácticamente por alto –porque, en efecto, tiene mucho menos valor teatral– esa otra línea dramática que tiene que ver con la intervención del rey y la restitución del orden y la justicia. Con estos mimbres, Vasco se concentra, sobre todo, en marcar el ritmo más adecuado a la naturaleza de las situaciones dramáticas. Unas situaciones que él presenta desprovistas de cualquier artificio que pudiera distraer al espectador o no ayudarle, en definitiva, a disfrutar del vigor literario que posee el texto en sí mismo. Como es habitual en sus propuestas, el director quiere, y consigue, que todo emane de la pura interacción de los personajes. Lo que quiere es que sean los actores, y no él, quienes cuente la obra sobre el escenario. Y, para ello, se ha rodeado de un puñado de buenos y eficaces profesionales cuyas aptitudes en el verso ya conoce. Merece un especial aplauso esta vez Alberto Gómez Taboada, que ha sabido «humanizar» a la perfección, para hacerla más verdadera y, por tanto, más pavorosa, la bajeza moral del comendador al que da vida.